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"Me acuerdo de ti" (Robe Iniesta)



jueves, 19 de agosto de 2010

ENTREVISTA A JUAN APARICIO-BELMONTE


ENTREVISTA A JUAN APARICIO-BELMONTE

Cuando me propusieron entrevistar a Juan Aparicio-Belmonte (JAB, de ahora en adelante), no lo conocía. Pero “Una revolución pequeña”, su última novela (si descontamos la que le ahora le ha valido el Premio Bubok, “Mis seres queridos”, sin publicar todavía en papel) le había valido todo tipo de elogios por parte de la crítica. Aparte de que premio al que se presenta, premio que gana.


El género que cultiva es uno de mis preferidos, la novela negra humorística, tipo “El misterio de la cripta embrujada” de Mendoza o “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”, de Tusset. Así que me encantó. Y como sólo tenía otras tres, me las leí también.



Notas publicanenses
(Atención: se desvela parte del final de la trama de “Una revolución pequeña”)

Llegué a la entrevista pensando encontrarme con un tipo ocurrente, ingenioso, irónico y sarcástico. Pero me encontré con un tipo nervioso. Tenso. Que contestaba pensando demasiado. Lo que le hacía dudar mucho a la hora de escoger las palabras. Y ello contrastaba con la precisión con que emplea el lenguaje en sus novelas. ¿Un escritor internet dependiente? “¿Cómo hacer para que este hombre se relaje?”, era la pregunta que me hacía continuamente. Para que se suelte. Y en media hora. ¿Recostándome en el sillón? ¿Haciendo como que paso de sus respuestas? “Vale, no tienes la verborrea pedante de un Juan Manuel de Prada, por irnos al polo opuesto, Pero lo que escribes me parece mucho más interesante.”, pensaba.

Finalmente, estuvimos algo más de media hora, y al final se fue soltando. Pero me quedaban muchas preguntas por hacer y convinimos en hacerlas por internet. JAB lo prefería. Prefiere las entrevistas por cuestionario. Pero la contrapregunta es más ortopédica. Y eso se nota.

Tras la publicación de la entrevista JAB lamentó que hubiera incluido sus diferencias con la fotera de su blog por los celos de su novio. Justo la parte que, en mi opinión, mejor lo refleja.

Respecto a “Una revolución pequeña”
Lo primero que me llamó la atención fue la cita preliminar: “Quien persigue su redención, provoca una revolución pequeña” Proverbio chino.Curiosamente, JAB me confirmó esta impresión. Su primer título era “Redención”, pero no gustaba a los editores. La cita se la había inventado para poder incluir al principio su título original.

La segunda idea era que el personaje de Perversa, asesina psicópata, tenía un cierto halo materno. El primer y último capítulo son bastante explícitos

Capítulo 1: se presenta a personaje de Perversa como una mujer grande (como una madre a los ojos de un niño); maternal, al menos sus senos, en los que se apoya (“un pecho blando, acogedor, maternal”); que retrotrae al protagonista a su infancia (”Estaba sufriendo una especie de regresión a su infancia”), lo que se manifiesta en la evocación de un episodio de enuresis de su infancia y en el apaciguamiento del miedo del protagonista por parte de Perversa cantándole esta una canción de cuna, en la que se reprende al niño (sustituido por un pollito) por no comer.

Capítulo final: Perversa, ya redimida de su espíritu asesino, ayuda, como matrona, a que nazca el hijo del protagonista, que nace precisamente gracias a ella, y Perversa es, además, la más feliz de todas las personas que asisten al parto.

Y ello lo apoyaba la, en mi opinión, cacofonía del segundo apellido (el materno) (lo siento si puede parecer un poco forzado) del prota, Esteban Gómez RESCELLO. Aparte de otros detalles de la novela.
Así que me pareció que en esta novela JAB plasma, probablemente si darse cuenta, una redención de cierta idea o ciertos aspectos que no le gustan, o gustaban, de una figura materna, que siguen latentes en él. La idea me parecía buena. Pero impreguntable. Trataría de abordar el tema de forma colateral. Desde luego, no con un “El personaje de la asesina tiene algo de tu madre? Lo digo porque...”

Finalmente no abordé el tema en la entrevista. En parte por la forma en que se desarrolló. Pero volví a intentarlo en la postentrevista, por correo electrónico. Partiendo de una suposición mía que resultó incierta: que JAB estudió Derecho sin que estuviera convencido de ello y que su propia madre tuvo algo que ver en esa elección. ¿Descabellado? Puede ser. La pregunta fue: ¿Por qué estudiaste Derecho?. JAB respondió que por una vocación idealista de lucha por la justicia. (Ver entrevista)

En realidad, era bastante desencaminado. POrobablemente, suponiendo que pueda conjeturarse esa hipótesis, la de la redención de una figura materna, él aspecto de esta que se redime parece ligado al miedo, como ligado al miedo se presentan ambos personajes, el miedo de precipitarse al vacío, y morir, en un avión. Es decir, algo bastante más sumido en el inconciente del autor.
Otras preguntas que finalmente no hice fueron las relacionadas con su padre, el también escritor Juan Pedro Aparicio, sobre la influencia en su labor de escritor.

Bueno, sólo pedir a JAB que no se moleste si lee estas hipótesis de pre-entrevista de Américo Virus. Sabe que me encanta lo que escribe y cómo lo escribe. Únicamente que el disparate se presta más a estas interpretaciones.

LA ENTREVISTA

Acaba de publicar su cuarta novela, “Una revolución pequeña”. Con tramas que rozan el disparate, personajes al borde del esperpento, un ritmo trepidante y estructuras complejas pero bien hiladas, este joven abogado se ha hecho un hueco entre los mejores escritores de la generación nacida en los 70.

Uno esperaría de este novelista que fuera un tipo histriónico, con cierto deje estrambótico o, incluso, que acudiera a la entrevista bajo los efectos de algún cannabinoide o con unos calzoncillos en la cabeza. Pero no. Juan Aparicio-Belmonte contrasta con sus personajes, y se muestra como una persona mesurada, reflexiva y “sensata”, por más que lo desdiga una obra que, parafraseando a Woody Allen, bien podría titularse “Cómo acabar de una vez por todas con la novela negra”.

Aunque suelen etiquetarse como negras, sus novelas me parecen más bien humorísticas.
Me premiaron “Mala Suerte” en la Semana Negra de Gijón y me encasillaron como novela negra. Tampoco me parece mal. Pero me identifico más con la sátira, con crear un artefacto ameno pero sin olvidar comprometerme con la realidad, aunque no sean realistas.

¿Algún referente?
Hay novelistas negros que son satíricos, como Dashiell Hammett y Jim Thompson. En “Cosecha roja”, por ejemplo, llaman a un detective a investigar unos crímenes en una ciudad que se llama Poison-ville, “la ciudad del veneno” — ahí ya hay sátira—, y resulta que el tío utiliza fórmulas todavía más corruptas y perversas que las del delincuente.

Pero, más que desdibujar la línea entre buenos y malos, usted roza la inverosimilitud.
Busco la verosimilitud. Otra cosa es que me deje llevar al disparate.

¿Qué entiende por verosimilitud?
Que el lector se crea lo que está leyendo. Lo que me interesa es que el lector empiece a leer mi novela, vea que aquel mundo es un poco extravagante, pero que lo asuma. Y que, cuando esté sumergido en ella, en ningún momento se salga para decir: “Bueno, ¡¿y esto?!”. Sino que acepte que hay unas reglas internas de esa ficción, aunque sean distintas de las de la realidad.

¿Cómo se controla para no sobrepasar ese límite?
Yo, dejándome llevar, me salgo de madre, y tengo que recular muchas veces. Pero hay más posibilidades de sacar tu talento en la improvisación que en el cálculo. La que me frena es mi chica, que es bastante más racional que yo. Cuando termino la novela, ella hace un poco de censora.

¿Es escritora?
No. Nunca hay que dejar tu novela a escritores, porque te la intentan corregir en función de su estilo. Hay que huir del lector que te elogia la novela y también del que es demasiado crítico. Hay que encontrar un tipo de lector que lea la novela como tú lees otras.

¿Tanto cuenta ese primer lector?
La novela te la juegas en quiénes te la lean antes de corregirla. Si es demasiado disparatado, se convierte en un disparate; y, si es demasiado cerrado, al revés. “López López”, por ejemplo, se la envíe a una amiga de León y le horrorizó tanto el personaje de Caramorsa, le pareció tan revulsivo, tan insoportable por cómo humillaba al protagonista, que lo rebajé muchísimo. Luego, otro amigo me dijo: “Pero, ¿cómo hiciste eso? Si era lo más divertido”.

Ha mencionado que le gusta improvisar. Pero estructuras complejas como las que emplea, ¿no requieren de una cuidadosa planificación?
Al principio, no estructuro nada. Decía Italo Calvino que hay dos tipos de escritores: los de mapa y los de brújula. El que escribe con mapa tiene claro que quiere ir de Madrid a San Sebastián, y sabe que va a ir por Segovia, que allí verá el acueducto,... sabe exactamente cuál será su itinerario.

Usted es más de brújula.
Yo sé que voy al norte, pero, a lo mejor, me desvío al noroeste, León, y luego... A medida que voy escribiendo me voy pergeñando un esquema de adónde voy. Pero cuando tengo la tentación de traicionar ese esquema, el noventa por ciento de las veces me dejo llevar por ella, porque, si yo me sorprendo a mí mismo con ese camino que se abre, también puedo sorprender al lector. O sea, que me gusta meterme en líos.

¿Saber que se dirige al norte significa que concibe los finales de antemano?
No. De hecho, mis novelas no son muy largas porque, como son bastante complejas de estructura, al menos para el escritor, espero que no para el lector, en cuanto vislumbro un final me suelo lanzar por ese camino, porque, hasta entonces, nunca estoy seguro de que sea capaz de terminarla.

¿Cómo fue capaz de terminar “Una revolución pequeña”?
La novela podría haber continuado. Podía haber hecho que, después de que el motín carcelario fuera sofocado, Sarita le escribiera una carta a Esteban diciéndole que ha encontrado una mujer maravillosa que encima cuida a su hijo. Ahí se generaría una inquietud. Pero tenía que trabajarme de nuevo hacia dónde iba y, la verdad, en cuanto vi la posibilidad de su final actual, que cerraba bien la novela, pues me lancé, que es lo que me suele ocurrir.

La policía Sara Lagos, el abogado Esteban Gómez Rescello, el escritor Luis Pellitero o el psicoanalista Don Fernando son personajes que aparecen en tres de sus cuatro novelas: “Mala suerte”, “El disparatado círculo de los pájaros borrachos” y esta última.
Cuando empecé “Una revolución pequeña”, los personajes no eran los mismos: el abogado no era Esteban y Sarita Lagos no era Sarita Lagos. Pero vi muchas características comunes con ellos. Y, en vez de hacer como Woody Allen o Thomas Bernhard, que llaman a sus personajes de otra forma pero, si a los de la primera y la quinta película o libro les pones el mismo nombre, serían identificables, lo que hice fue convertirlos en la misma persona.

Allen y Bernhard suelen identificarse con sus protagonistas. En su caso, un protagonista abogado y otro escritor, ¿implica que sus novelas tienen mucho de autobiográficas?
Soy incapaz de escribir nada autobiográfico. Trabajo, sobre todo, con la imaginación. Y con lo autobiográfico me ocurre lo mismo que cuando intento escribir algo serio, que hay un momento en que me tengo que burlar de esa escena. Respecto a los protagonistas, Luis Pellitero tiene menos de mí que Esteban.

Se siente todavía más abogado que escritor.
He trabajado como abogado y como periodista. Pero me interesa más el mundo de los abogados. La justicia es una cosa muy seria, y un caldo de cultivo de conflictos y dilemas morales. Con el personaje del abogado soy consciente de que estoy satirizando una forma de ser que no sé si tiene que ver sólo con la justicia o con cómo funciona hoy en día España.

¿Sigue ejerciendo la abogacía?
Trabajo como tutor de un curso sobre Historia clínica para personal sanitario porque la escritura no me da de comer. Lo que tenía en el mundo del periodismo se fue al garete con esto de la crisis, y he conseguido reciclarme en el Derecho Sanitario para ganarme la vida. La literatura me da un dinero extra, que me ha permitido colaborar con alguna columnilla en el periódico gratuito “Metro”, y dar clases de lectura de novela en la academia “Hotel Kafka”.

Pensé que con cuatro novelas y varios premios la literatura sería más lucrativa.
En mi caso, escribir no es un oficio. Es una vocación de la que me empecé a dar cuenta ya con veinte años. Pero, si no publico mi primera novela, a lo mejor seguiría como mucha gente, sin terminar nunca de reescribirla.

¿Por qué decidió estudiar Derecho?
Tal vez por una idea un poco peliculera de defensa de la justicia. Luego te das cuenta de que tú no eliges el despacho en el que trabajas, sino que el despacho te elige a ti. Y, en vez de dedicarte al derecho penal, por ejemplo, terminas en un despacho que representa a una compañía de seguros. También era consciente de que, si no lograba finalmente ejercer la abogacía, siempre estaba la posibilidad de opositar, convertirme en funcionario y llevar una vida más cómoda para escribir novelas que si trabajaba para la empresa privada.

Aparte de novelas, en su blog (japariciobelmonte.blogspot.com) escribe microrrelatos. Muchos, con fotos de Diana Coca como referente.
Me apetecía escribir cien microrrelatos, uno diario, que tuvieran una conexión con fotos de ella. Pero no me dejó seguir porque tuvo problemas con su novio, un mexicano que le decía que mis textos rebajaban la calidad de sus fotos y que me la había tirado. Yo le decía que tengo pareja y dos hijas pero... Así que decidí seguir. Me sirve para terminar de finiquitar ese mundo que queda inacabado entre una novela y otra. Pero estoy fastidiado. Antes tenía que currarme algo que, al final, terminara con la foto. Ahora me siento demasiado libre.

La libertad no parece un estado en el que se sienta cómodo. Lo digo porque en sus novelas el protagonista suele dar con los huesos en la cárcel.
La verdad, no sé por qué es así. Y no me lo planteo a priori. La cárcel tiene ese punto, no sé si morboso, que hace que aparezca en mis novelas. O tal vez sea porque entraña un misterio. Los ciudadanos comunes no sabemos qué es la cárcel. Y escribo tratando de indagar en las sombras de la realidad. Pero estoy horrorizado, porque, en otra novela que acabo de terminar, me pasa lo mismo. Voy a tener que cambiar la cárcel por el manicomio.


Novelas inéditas

“El culpable”

“La escribí después de ‘El disparatado círculo de los pájaros borrachos’ y antes de ‘Una revolución pequeña’. La traté de publicar entre 2008 y 2009. Trataba de un psiquiatra y su hijastro. Los personajes, en un momento dado, se creían más poderosos de lo que realmente eran, y ahí empezaban los problemas. Las editoriales no la consideraron vendible. Tenía menos humor y no me reconocían en ella. A lo mejor tenían razón y no era una buena novela. De hecho, la estoy corrigiendo, que es una forma de aceptar su criterio. No está perdida del todo para el mundo editorial.”

“El escarabajo diarreico”

“Era un diario falso que escribía en la universidad. Gamberradas que tenían que ver con algunos profesores, anécdotas de la vida del campus llevadas al límite. No tiene ningún valor literario. Salían algunos amigos transformados en antihéroes. Novela de consumo grupal para mayor gloria mía y de mis amiguetes. Le tengo cariño porque fue entonces cuando abandoné la persecución de un estilo narrativo engolado para volcarme en la concisión y la sátira. En la wikipedia me inventé que se había publicado.”

La que tiene entre manos

“Estoy ahora con una novela juvenil, como aquellas de Roald Dahl que tanto me gustaron cuando era adolescente: ‘Charly y la fábrica de chocolate’, ‘Charly y el ascensor de cristal’, ‘James y el melocotón gigante’, ‘El superzorro’… Quiero repetir como escritor la experiencia que tuve como lector de aquellas novelas en las que me sumergía con verdadera pasión.”

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