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domingo, 26 de septiembre de 2010

SERINDIPIA Y PSICOFARMACOLOGÍA. SERINDIPITY AND PSYCHOPHARMACOLOGY

“Psicofarmacología: de la serendipia a la neurociencia”

Esta es una de las conferencias médicas más reveladoras e interesantes a las que he asistido (y asistido a muchas). La pronunció el Director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, Miguel Casas Brugué, en el congreso "Diálogos de Psiquiatría", celebrado el día 9 de junio de 2000 en Frankfurt (Alemania).

Tanto me gustó su reflexión que le pedí a un actor que la interpretara un par de veces en un café de Madrid, con la consiguiente extrañeza del público asistente. Quedó así tal vez inaugurado el género "ponencial" como nueva forma dramática. 

Se trata de un texto técnico, dirigido a psiquiatras, pero creo que lo que quiere decir es comprensible por el lego en psicofarmacología.

"Morning light in the garden at Serendip", de Alison from Fareham.


“Psicofarmacología: de la serendipia a la neurociencia”
Miguel Casas Brugué, Director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Transcripción de la ponencia presentada en el congreso "Diálogos de Psiquiatría", celebrado el día 9 de junio de 2000 en Frankfurt (Alemania).

Miguel Casas Brugué

  • “Podría ser muy bien que en 20 o 30 años la psicofarmacología hubiera pasado de la “serendipity” a las neurociencias y hubiera desaparecido sin saber exactamente qué es lo que hemos estado haciendo con el cerebro de nuestros pacientes”
  • “Lo que estamos haciendo es cazar pajaritos a cañonazos”          

“Muchas gracias, Carmen (Leal)  por tus cariñosas palabras, ojalá fuera todo cierto. Seguramente, de todas formas, he llegado adonde he llegado por la serendipia, o “serindipity”, porque casi todos llegamos adonde estamos a través de golpes de suerte que están mezclados con un esfuerzo personal.

Cuando pensábamos qué título o charla se podía dar... parece que los actos académicos que organiza la industria..., a veces, uno, puede quedarse con la idea de que es un canto laudatorio a la psicofarmacología, lo cual es cierto, y decidimos que quizá podíamos repararlo con una charla poniendo a la psicofarmacología en su justo lugar, reconociendo lo que es, pero, también, sin ánimo de crítica, sí quitando un poco esta sensación de prepotencia que muchos psicofarmacólogos tienen en estos momentos. Y escogimos esta charla.

¿Qué significa serendipia, “serendipity”, serendipitía? Bien, lo que parece que va a acuñándose es el término serendipía, que es la traducción del inglés “serendipity”. Pregunté a un lingüista que me dijo que aún se podía utilizar serendipitía, y a mi me gusta más usar serendipitía. O sea que aunque los libros que encontraréis serán de serendipía, pienso que también se puede utilizar serendipitía, porque se acerca más al término inglés.

¿De dónde viene? Proviene de unos cuentos de un lord inglés de finales del siglo XVIII, y a partir de un antiguo cuento de Ceilán, y Ceilán se llamaba Serendip. De ahí vienen el nombre “serendipity”. Allí había unos príncipes que no eran rígidos en sus presupuestos y se dejaban llevar por la intuición y por la observación de las cosas maravillosas que les iban sucediendo. Es decir, dejaban que sus acciones fueran, de alguna forma, mediatizadas por la suerte que les iban brindando los diferentes aspectos de su vida cotidiana. 

¿Tiene algo que ver la farmacología con la serendipitía? Pues realmente sí, realmente tiene muchísimo que ver. Y, seguramente, sin la serendipitía no tendríamos en estos momentos la psicofarmacología tal como la entendemos en estos momentos.

Herido francés en la Guerra de Indochina. 1951.

Cuando aparece el Largactil, ¿qué es lo que tenemos como armas terapéuticas en la psiquiatría?. Pues teníamos el tratamiento Murat, que es el que de alguna forma derivó en los grandes manicomios. Teníamos psicoterapias, teníamos psicocirugía, teníamos la piretoterapia, teníamos las curas de “shackle”, la electroconvulsivoterapia, la antipsiquiatría y más cosas, el opio, las anfetaminas, la cocaína, pero, realmente, nadie consideraba que eso fuera un auténtica psicofarmacología. Es en el año 1952, cuando aparece el Largactil y damos paso a la moderna psicofarmacología.

Esta psicofarmacología empezó por suerte, una suerte que tocó a unos investigadores bien entrenados para su profesión. Y ha sido tan importante esta serendipía, esta suerte, para la psicofarmacología, que en estos momentos todos estaremos de acuerdo en estas dos sentencias: la práctica totalidad de las grandes familias de psicofármacos clásicos han sido descubiertas por suerte. Y, la segunda sentencia, los fármacos descubiertos por suerte siguen siendo el patrón oro sobre el que se miden los nuevos fármacos. Y si no, recordemos cuáles son los psicofármacos que se descubrieron por “serendipity”. Y fueron la clorpromazina, la imipramina, la iproniacida, el haloperidol, el clordiazepóxido y las sales de litio.   

Naturalmente, si yo ahora aquí os planteara un pequeño problema, divertido, pero que también podría ser serio en cuanto a lo que significa  respecto de los psicofármacos clásicos, si os dijera qué psicofármacos podríamos elegir si nos fuéramos a una isla desierta y supiéramos que no vamos a tener posibilidad de ningún otro psicofármaco, lo más seguro es que cogeríamos clorpromazina, impipramina, iproniacida, haloperidol, clordiazepóxido y sales de litio. Si no pudiéramos coger nada más, "te vas a pasar el resto de tu vida en una isla desierta haciendo psiquiatría y llévate seis fármacos"; quizá variaríamos algunos, no cogeríamos el clordiazepóxido y cogeríamos el diazepam, pero nos llevaríamos estos fármacos, y han pasado treinta años desde el principio.
 Henri Laborit

¿Fue realmente suerte lo que propició el descubrimiento de la clorpromacina? Pues fue suerte. Henri Laborit, que era un cirujano de la Marina francesa que pedía fármacos -él era un genio, realmente-, fármacos para hibernar, le mandaron unas sustancias que ya estaban a punto de ser liquidadas, unas fenotiacionas, porque no eran ni buenos antihelmínticos (helmintos=un tipo de parásitos), como se intentaban introducir, ni eran muy buenos antihistamínicos. Y vieron que sí, que bajaba un poco la temperatura corporal y se la mandaron a Henri Laborit. Y Henri Laborit dijo: "bueno, eso no me va muy bien para la cirugía mayor que quiero hacer con los pacientes heridos de guerra, pero me doy cuenta de que estos pacientes, cuando se acercan al quirófano, y cuando los tengo que operar, vienen con una cierta indiferencia", es decir, no vienen aterrorizados, que es lo que toca: en los años 50, si te abrían el abdomen con una herida de guerra, las posibilidades de quedarte en el quirófano eran muy altas. Es decir, hay alta indiferencia. Y él recomendó a los laboratorios Rhône-Poulenc que lo pasaran a los psiquiatras y se pasó a Sainte Anne,  el manicomio de París, y ahí había un psiquiatra clásico, Jean Delay, que encargó a Pierre Deniker que probara esta molécula, y Pierre Deniker se lo encargó a un señor que se llamaba Hanrahan, que debía ser el residente -y que no había fotografía de él-, y estos señores llegaron a la conclusión de que la clorpromazina era un buen, un magnífico antipsicótico. Pero fue la suerte de unos observadores muy bien entrenados. Eso lo llamamos "serendipity".


Y con la imipramina, pues tres cuartos de lo mismo, porque había un señor, Kuhn, un psiquiatra suizo, que estaba investigando, naturalmente, como todos en aquellos momentos, con los nuevos fármacos milagrosos que salían. Y le mandaron una serie de fármacos que eran neurolépticos de primera generación, diríamos ahora. Dentro de los neurolépticos de primera generación, pues había uno que no era muy buen neuroléptico. Seguramente, cien o doscientos psiquiatras recibieron ese nuevo neuroléptico y todos lo devolvieron diciendo que no iba muy bien. Kuhn dijo: "pues no va muy bien como antipsicótico pero me mejora claramente la sintomatología depresiva de estos pacientes". Empezaban los antidepresivos tricíclicos. 
 Nathan Schellenberg Kline

Y, en el mismo año, Nathan Kline, recibió como tuberculoestático una sustancia derivada de la isoniacida, pero que no era la isoniacida. Entonces describió, con palabras realmente un poco duras, que los pacientes se seguían muriendo, pero que se morían más alegres. Y así lo pone. Y empezaban los IMAOS (Inhibidores de las Mono Amino Oxidasas).      

Y después, resulta que había un señor que era un químico, que se llamaba Janssen, que estaba manipulando una molécula de meperidina, buscando un analgésico, y se dio cuenta de que esta molécula nueva que le pasaba entre las manos reunía unas características en la rata que hacían pensar que, sería o no sería analgésico, pero producía catalepsia y otros trastornos en las ratas, y pensó que podía ser utilizado en psiquiatría. Nacía el haloperidol. 
 

Otro señor, John Cade, con unas hipótesis de trabajo que no eran reales sobre la urea y la manía, llegó un momento en que para administrar urea buscó una sal que le permitiera administrar bien la urea, y esa sal fue el litio, y las sales de litio y de urea dieron lugar a los tratamientos con litio.

Pero ninguno de ellos esperaba lo que encontró.

Y el último, Leo Sternbach, que, cuando le cambiaban el despacho porque se mudaba de laboratorio vio unos polvitos blancos que no sabía lo que eran y, en vez de tirarlos, que es lo que hizo las mayoría de sus compañeros, no los tiró, los probó en una ratita, y se dio cuenta de que el tipo de efecto que hacía sobre la ratita, miorrelajante, no vamos a decir ansiolítico, incluso la inducción del sueño, era diferente de los barbitúricos y era diferente de los opiáceos. Nacían las benzodiazepinas.

Bien. Todo ha sido por suerte, por suerte, naturalmente, de observadores bien entrenados. Pero si no hubiera tocado la suerte en aquellos momentos, no tendríamos esa psicofarmacología, porque, realmente, lo que podemos decir es que, si nos fijamos en la evolución de la psicofarmacología en los últimos 35 años, no se ha descubierto ningún fármaco a través de serendipitía. Todos los descubrimos hace 35 años. Pero, curiosamente, también hace más de 35  años que no tenemos ningún avance revolucionario en el campo de la psicofarmacología. Y eso hay que reconocerlo así. No hay avances revolucionarios en el campo de la psciofarmacología.
La acción de los modernos psicofármacos se encontraba ya presente desde el inicio en las moléculas que se descubrieron y que hemos dicho que son el "patrón oro" de la psicofarmacología actual, es decir, las moléculas sobre las que comparamos el resto de los psicofármacos. ¿Es que no hemos avanzado sintetizando nuevas moléculas? Sí, hemos avanzado sintetizando nuevas moléculas, pero, mucho cuidado, lo que hemos mejorado es la selectividad de estor fármacos y también los efectos indeseados, pero no hemos introducido ningún cambio teórico revolucionario en el campo de la psiofarmacología.

Y lo que preocupa en estos momentos es que no es de prever que vaya a aparecer mucha nueva serendipitía. No hay cambios revolucionarios. Hace 35 años que a nadie le toca la suerte y se ha ido complejizando todo lo que son estudios clínicos en psicofarmacología. El coste económico de introducir un fármaco en el mercado,  entre 30 y 60.000 millones de pesetas, de diez a quince años de trabajo, hace que la industria farmacéutica apueste por el continuismo terapéutico. Es muy difícil que la industria farmacéutica vaya a apostar por un nuevo mecanismo de acción. Porque eso le representa un coste económico y de tiempo tan extremadamente grande que no puede arriesgarse a hacer quebrar la industria. Por lo tanto, se apuesta por el continuismo terapéutico. Necesitaremos “serendipity”. 


Pero, cuidado, resulta que con las modernas normativas farmacéuticas, cada vez es más difícil introducir la “serendipity”. Porque, claro, los señores Delay, o Janssen, o Kuhn , pudieron utilizar estos fármacos sin grandes problemas. Entre que se le entregó el fármaco a Henri Laborit y se probó en un psicótico, pasando por las operaciones de la Marina de Guerra francesa,  pasaron seis meses. ¡Seis meses! En seis meses no aprobamos ni un intento de ensayo clínico en estos momentos. Para que la “serendipity” funcione tiene que haber una serie de individuos que puedan aplicar estos hallazgos realmente casuales. Actualmente es muy difícil. A menos que sea una “serendipity”, por decirlo así, muy espectacular, es prácticamente imposible que vuelva a aparecer la “serendipity”, con lo cual estamos en un círculo vicioso realmente preocupante.

Y eso influye directamente en todo lo que son hipótesis etiopatogénicas (etiopatogenia: la causa de una enfermedad) y de la psicofarmacología, porque, claro, no olvidemos, hemos descubierto unos fármacos por suerte, suerte de un observador bien entrenado, pero esos fármacos no curan. Esos fármacos compensan. Compensan bien pero ¿alguien cura algo con la psicofarmacología? No, tenemos mucha mejor calidad de vida, pero nadie se atreve a decir: "yo curo, con la psicofarmacología". Algunos pacientes se curan, pero, normalmente, con psicofarmacología compensamos. 


Entonces, tenemos unos fármacos descubiertos por suerte que compensan, y sobre los que hemos montado unos estudios bioquímicos realmente espectaculares. Y esos estudios bioquímicos sí que nos han permitido conocer los mecanismos de acción de estos fármacos. Pero hemos entrado en un círculo vicioso muy especial. Tenemos unas serie de fármacos de los que conocemos los mecanismos de acción. Y a partir de estos mecanismos de acción de estos fármacos encontrados por  suerte, que no curan, hemos montado magníficas hipótesis de trabajo, nunca comprobadas, sobre la que sustentamos la psiquiatría biológica.

Ninguna hipótesis de trabajo ha sido comprobada. ¿Alguien sabe lo que es la esquizofrenia? No. ¿Alguien sabe lo que es la depresión? No, ¿Alguien sabe lo que es la ansiedad? No. No lo sabemos. Compensamos estas enfermedades. Pero nadie puede decir que la hipótesis dopaminérgica, o dopaminergica serotoninérgica, o mixta, glutamatérgica, sea cierta. Nadie lo puede decir. Nadie puede decir que la depresión sea, se puede pensar que nos estamos acercando, pero que sea una disfunción de serotonina-noradrenalina a nivel sináptico. Pues sí, uno puede pensar que es así, pero si mañana viene una persona y dice lo contrario, y lo demuestra, borraremos rápidamente todas nuestras hipótesis de trabajo que, si fueran ciertas, no las podríamos borrar, pero sí que las podemos borrar porque nadie ha demostrado que sean ciertas. Con lo cual, tenemos que todas las hipótesis biológicas son enormes gigantes con pies de barro. Que necesitamos, seguro, pero que tenemos que ser muy críticos con ellas. 


Porque si mañana, y me gusta decírselo a los estudiantes, alguien demuestra que la clorofila empeora la esquizofrenia, y viene un señor y con anticlorofílicos, pues también demuestra que mejoran los pacientes esquizofrénicos, pasado mañana todos los que estamos aquí prohibiremos la lechuga a los pacientes esquizofrénicos. Y nos quedaremos muy tranquilos. ¿Por qué? ¿Dudaremos de nuestras hipótesis de antes? No, pero miraremos si encajan. No estamos seguros de lo que hablamos. Estamos seguros de que tenemos unos fármacos que  mejoran. Y utilizamos hipótesis de trabajo que nunca  han sido demostradas.

Y, claro, como las hipótesis de trabajo nunca han sido comprobadas, entonces están sujetas a una serie de condicionantes realmente importantes. Por ejemplo, todas las hipótesis etiopatogénicas que se basan en mecanismos de acción no demostrados están sujetas a modas y liderazgos académicos. ¡Y tanto que hay modas y liderazgos académicos! Ahora se habla de eso y después se habla de otra cosa. ¿Qué pasó con los IMAOs? ¿Por qué los IMAOs fueron abandonados? Por liderazgos académicos más intereses económicos, naturalmente.

Y, aparte de eso, pues resulta que estamos también, dentro de la evolución de la industria farmacéutica, en un círculo vicioso -tenemos ya muchos círculos viciosos- porque las hipótesis etiopatogéncias que triunfan son aquellas que se basan en mecanismos de acción rentables y no adictivos. Rentables: tienen que dar de dinero. Si un mecanismo de acción no da dinero no va a aparecer el fármaco y quizá con eso evitamos la posibilidad de que aparezca otra vez la “serendipity”. Y, además, que no sean adictivos. 

Y, ¿a qué viene eso de meter aquí ahora las toxicomanías y la adicción? Porque es un punto clave que trabaja siempre contra la introducción de nuevos fármacos. Ejemplo: siempre que hablamos de depresión, ¿de qué hablamos? Pues de las hipótesis serotoninérgicas y noradrenérgicas. Pero, claro, si realmente alguien habla de depresión, dirá que la depresión, seguramente, es un trípode, no comprobado, pero con noradrenalina, serotonina... y dopamina, eso tendríamos que decirlo. Pero no trabajamos con dopamina, no trabajamos con dopaminérgicos. Y los pocos que había los hemos retirado del mercado. El último, el amineptino, ¡fuera!. ¿Por qué? Porque producen dependencia. ¿Es cierto que la depresión se puede trabajar solamente con serotonina y noradrenalina? Las depresiones normales, seguramente sí, pero ¿y las resistentes? ¿Qué hacemos con los protocolos de depresiones resistentes? Pues, al final de los finales, le ponemos anfetamina. Tocamos vías dopaminérgicas. Pero claro, es una situación que no va más allá. Y por eso no encontramos nunca un simposio sobre "Bases dopaminérgicas de la depresión". Porque si siguiéramos en ese simposium  y llegáramos a la conclusión, dentro de esas hipótesis no comprobadas, de que la depresión también tiene un componente dopaminérgico, tendríamos que decir: si hay el componente serotoninérgico y lo tratamos con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina; y hay el componente noradrenérgico, y lo tratamos con inhibidores selectivos de la recaptación de noradrenalina; pues si hay un componente dopaminérgico, tenemos que tratarlo con inhibidores selectivos de la recaptación de dopamina. Eso es normal, ¿no? Pero, claro, los mejores inhibidores de la recaptación de dopamina se llaman cocaína. Y eso ya es más complicado.

Por lo tanto, modas, liderazgos, fármacos rentables y fármacos no adictivos. Si se complica, se nos complica el cuadro.
Por suerte, en estos momentos están llegando las neurociencias. Y parece cono si las neurociencias nos fueran a echar un cable, un cable a la psicofarmacología y a los psiquiatras. Y es cierto. No hay ninguna duda de que las neurociencias no es que nos estén echando un cable, sino que son el auténtico motor de la psicofarmacología y de los grandes avances en psiquiatría y en neurología. Pero mucho cuidado con las neurociencias, porque nos podemos encontrar con una situación realmente paradójica. 


¿Qué se entiende por neurociencias? Pues por neurociencias se entiende un conjunto de disciplinas que, siguiendo el método científico natural intentan varias cosas. Las dos primeras, de perogrullo: intentar comprender la morfología y la fisiología del sistema nervioso central. Seguro. Intentar conocer la patología a nivel psíquica y neurológica. Seguro. Son las dos cosas en que todos estaríamos de acuerdo. 


Pero, cuidado, las neurociencias son más ambiciosas que todo eso y, realmente, lo que proponen es la manera de modificar el curso y la evolución de cualquier tipo de enfermedad orgánica, sea sistémica, sea metabólica, sea infecciosa,... a través de la manipulación de las diferentes estructuras y vías neuronales y del control que el cerebro presuponemos que debe de tener sobre todos y cada uno de los órganos y funciones del cuerpo humano. 


Es decir, las neurociencias son muy ambiciosas. Lo que te dicen es: quiero, a través del poder mental, diríamos de una forma caricaturesca, controlar mis enfermedades, y no solamente las psíquicas; las neurológicas, las infecciosas, las sistémicas ¿Es posible eso? Seguramente será posible, seguramente.

Claro, que, según como lo dices, parece que entronques directamente con todo lo que es el yoga, la acupuntura, la meditación transcendental, que también es una forma, a través de la mente, de intentar sanar, de intentar tranquilizar al individuo.

O parece que entronques directamente con algo que es mucho más propio nuestro, como la oración, el canto gregoriano, los registros bajos de instrumentos musicales en grandes espacios cerrados, porque eso tranquiliza. No hay ninguna duda de que, aunque ninguno de nosotros recomendemos la oración, no hay ninguna duda de que la oración, sobre todo esa rítmica, un rosario bien rezado, en el sentido de que no sabes lo que dices pero sigues una monodia, pues hace realmente maravillas muchas veces. Yo no formo parte de ninguna organización religiosa, pero es cierto de que nos hemos olvidado de cosas que han servido durante siglos para relajarnos y parece ser que, desde el Renacimiento, sí que aceptamos que el cerebro tiene una parte importante.


En la Capilla Sixtina, (señala con puntero diapositiva con imagen de la creación de Miguel Ángel) Miguel Ángel, encima de la cabeza del Papa, tenemos, la creación del hombre. Y dicen los estudiosos que la creación de Adán es un desafío que puso Miguel Ángel sobre el papado. Porque Dios, con sus angelitos, crea a Adán, pero quién realmente crea Adán..., ¿qué es exactamente eso de ahí (el marco en el que está encuadrada la figura de Dios)? Pues eso parece que es una copia de un cerebro de Leonardo da Vinci. Aquí tenemos el cerebelo, el receso de Silvio, el tronco cerebral.... Si eso fuera cierto -"si non e vero, ben trovato"-, lo que le está diciendo Miguel Ángel al Papa es que es el cerebro el que modula al hombre, es el cerebro el que crea al hombre.

A partir del Renacimiento eso es algo que aceptamos y estamos llegando en estos momentos a una serie de tratamientos que no pasan por la  psicofarmacología: tratamientos con luz para depresiones estacionales, técnicas de relajación, técnicas psicodramáticas, por qué no, campos magnéticos,.. Con lo cual, nos podemos encontrar con una serie de paradojas. 


Primero: que las neurociencias han sido realmente unas disciplinas que han avanzado gracias al dinero conseguido por la triunfante farmacología. Quien ha pagado las neurociencias, ahora quizá son más independientes, pero, en un principio, ha sido la psicofarmacología. No de la neurología, que no tenían nada para curar ni para tratar. Han sido los dineros de la psicofarmacología los que han hecho avanzar las neurociencias. Y, en estos momentos, no hay ninguna duda de que las neurociencias son el motor actual del avance de la psicofarmacología y de la farmacología, en general, del estudio del sistema nervioso central.

Pero, curiosamente, este gran avance, que hemos pagado los que hemos recetado psicofármacos, lo que ha hecho es complejizar mucho lo que son las neurociencias, hasta el punto de que nadie puede decir "yo soy un neurocientífico y lo sé todo". Ni lo sabes todo ni sabes prácticamente nada. Lo que hay es mucha gente, de muchas disciplinas, y muy pocos médicos que están trabajando en neurociencias. Con lo cual, el papel del médico psiquiatra, que es el que propició la entrada de las neurociencias a través del dinero que conseguía recaudar recetando se ha convertido cada vez más  en un papel realmente muy periférico. Casi no intervenimos en la evolución de las neurociencias. Y basta coger los trabajos de investigación. El psiquiatra, si es que existe, realmente es raro, o está al final; todo lo demás son psicólogos, son biólogos, son bioquímicos, es decir que ha cambiado.


Entonces, resulta que hemos ido creando unas neurociencias que, curiosamente, estoy prácticamente convencido, van a llevar a la superación de la psicofarmacología. ¿Y cómo van a llevar a la superación de la psicofarmacología? Bueno, pues con la psicofarmacología molecular, con la ingeniería genética, con la neuroimagen, con todo lo que son técnicas de biosíntesis, con los campos magnéticos,... hasta el punto de que nosotros que hemos estado años trabajando a nivel de receptor- en estos momentos ya se trabaja a nivel de cuarto, quinto o vigésimo mensajero- cada vez más estamos propiciando que las neurociencias se coman a la psicofarmacología.

¿Qué es lo que va a pasar en los próximos años? Pues que si no hay un golpe de "serendipity", y no podemos demostrar nuestras hipótesis de trabajo, podría ser muy bien que en 20 o 30 años la psicofarmacología hubiera pasado de la “serendipity” a las neurociencias y hubiera desaparecido sin saber exactamente qué es lo que hemos estado haciendo con el cerebro de nuestros pacientes. Y que, dentro de 20-25 años, tengamos nuevas técnicas, campos magnéticos, que hagan que la psicofarmacología que en estos momentos estamos utilizando, y que nos es tan necesaria, desaparezca prácticamente. Porque, si no mejoramos lo que estamos haciendo, lo que estamos haciendo es cazar pajaritos a cañonazos y eso, poco a poco, irá dejando de estar de moda.”

Where Is My Mind? PIXIES

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