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"Me acuerdo de ti" (Robe Iniesta)



viernes, 27 de agosto de 2010

"MAI", UN LARGO CAMINO PARA SER AGUA



Durante varias décadas, la imagen de Etiopía que se ha tenido en Europa ha sido la de las terribles hambrunas: la del '73-74, con el documental de Jonathan Dimbleby, en el que se alternaban planos de personas famélicas muriendo de inanición con los del emperador Haile Selassie dando de comer a sus leones grandes pedazos de carne; y la del 85, que dio pie al primer gran concierto de ayuda solidaria, Live Aid, organizado por Bob Geldof, que todavía vive de él.

La Etiopía que visité en 2006 no padecía ninguna gran hambruna. Pero estaba en riesgo permanente de una nueva guerra con Eritrea, que la despojó de su salida al mar, lo que supuso que el hotel donde nos alojamos en Mekele, la capital de Tigray, estuviera lleno de pilotos de caza. Además, se encontraba en plenas elecciones generales, con las consiguientes acusaciones de corrupción por parte de la oposición al partido gubernamental, que sería el ganador de las mismas.

Pero era, espero que siga siéndolo, un país maravilloso.

En el siguiente reportaje, publicado en 2007, abordé, por razones profesionales, el problema del agua en Etiopía, y desde una perspectiva de género. Tienen agua en abundancia, cerca de un 85 por ciento del caudal del Nilo procede de Etiopía, pero gran parte de ella no esta canalizada ni potabilizada.

Foto: Tomàs Abella (http://www.tomasabella.com/)



“Mai”, un largo camino para ser agua

"Mai", "agua" en tigriña, el idioma de la región etíope de Tigray, es una palabra con una densidad que no posee en los países más desarrollados. El agua es vida, sí, no podemos vivir sin ella, pero también significa tiempo, educación, menos enfermedades, mejores cosechas, mínima higiene personal y mayor desahogo económico. Especialmente para las mujeres, niñas y adolescentes, que, en el medio rural etíope, son las encargadas de ir a por ella.

"A lo que más miedo tenía era a dar a luz camino del estanque", cuenta Tesefehen Guirmai, campesina de 40 años de la comarca de Samre, en la región de Tigray. "Con ninguno de mis cuatro hijos me llegó a pasar, pero a muchas de mis amigas, sí".

Desde hace años, esta mujer enjuta, de rostro surcado por incisas arrugas prematuras, todos los días ha pasado dos horas andando para llegar al estanque de Shentila; una hora guardando cola con una de sus dos hijas, y un burro, para cargar ochenta litros de agua (veinte cada una de ellas y cuarenta el burro); y, dos horas más de viaje de vuelta, para, fin de trayecto, poder asearse, cocinar, lavar la ropa y beber, su familia y el ganado. Repetía la operación dos veces al día, a las cinco de la mañana y a las dos de la tarde. Es decir, todo un día en ir a por agua.

Parir de camino no es el único peligro. Incluso en estas tierras áridas y montañosas de Tigray, de lomas ralas y cauces secos y polvorientos de desaparecidos ríos y torrenteras, las hienas siempre andan al acecho. Muchas mujeres inician su periplo de madrugada, a las cuatro en algunas aldeas, cuando las hienas campan a sus anchas. Van en grupo, para protegerse. Pero los ataques son inevitables. "Conozco a varias mujeres a las que les han mordido las hienas", señala Tesefehen.

REST (Relief Society of Tigray) (Sociedad de Ayuda de Tigray), una ong local, y la española Intermón Oxfam, han excavado un pozo de agua potable a media hora de su casa. Su vida y la de su familia ha cambiado radicalmente. Pero, como Tesefehen hasta entonces, más de diez millones de mujeres y niñas etíopes emplean todos los días entre 5 y 6 horas para proveer de agua a sus hogares.

Estudios truncados
En la distribución de las tareas en la familia del medio rural etíope, el hombre labra los campos y apacienta el ganado, y la mujer se encarga de las tareas domésticas, como el ir a por agua. Pero no se especifican distancias. Y son determinantes. ¿Un ejemplo? Las dos hijas de Tesefehen Guirmai, Dilai y Ametesin.

Dilai Haile, la menor, tiene 13 años. Es seria y desenvuelta. En medio de la frente luce una cruz tatuada, signo de su fe ortodoxa. De mayor quiere ser médico. Hace dos años estuvo a punto de dejar el colegio, como muchas de sus amigas. El horario era incompatible con el agua.

Afortunadamente, hoy Dilai va al pozo con su madre por la mañana, pero le da tiempo a llegar a clase, a veinte minutos, en la aldea vecina de Netbarhadnet. "Me gustaría casarme a los treinta, cuando haya terminado mis estudios. Quiero mejorar los niveles higiénicos y sanitarios de mi comunidad", dice.

En cambio, para su hermana Ametesin, 16 años, el nuevo pozo ha llegado demasiado tarde. No terminó la enseñanza primaria. Hoy, casada, ayuda a su madre en las labores del hogar.

En Etiopía, las niñas van menos al colegio que los niños. Y, las que van, lo dejan antes. Séptimo país del mundo con mayores diferencias entre hombres y mujeres, según la ONU, cerca del 60 por ciento de las niñas en edad escolar no asiste a la escuela, por un 40 por ciento de los niños varones. "En parte, por la falta de concienciación paterna", dice el director de la escuela primaria de Netbarhadnet, Haftom Nesguena. "Si tienen qué elegir cuál de sus hijos irá a la escuela, prefieren enviar a los varones. A ellas las destinan a las tareas domésticas, como ir a por agua, y las casan a los 16 años".

Así costumbres y circunstancias, la educación de las mujeres es deficiente; sus expectativas en el mercado de trabajo, limitadas. Por ejemplo, muy pocas pueden trabajar en empresas dedicadas a una cuestión que han experimentado mejor que los hombres: la gestión de infraestructuras y proyectos de agua.

"La distancia a los puntos de abastecimiento agrava el problema de la desigualdad de género", señala el responsable del programa de Agua de la ong Intermón Oxfam en Etiopía, el economista Kaleab Getaneh. "Tardan mucho en ir a por ella y cuentan con menos tiempo para formarse, realizar otras actividades productivas y aspirar a un mayor estatus económico".

Mendigos de agua
Tan largas caminatas subyacen como causa, incluso, de muchos divorcios. "Los maridos llegan antes a casa, de los campos de cultivo. Algunos pasan mucho tiempo solos, sin su mujer, y se molestan cuando esta llega tan tarde. Entonces surgen los problemas conyugales", refiere Getacho Haile, jefe del Departamento de Desarrollo de Recursos Hídricos de REST, una de las mayores ongs de África del Este.

Víctimas especialmente desesperanzadas son los "mendigos de agua": ancianos, hombres y mujeres, sin familia y sin fuerzas, que peregrinan de choza en choza mendigando agua.

Otra consecuencia son los conflictos entre aldeas. "Hace veinte años existían muchos riachuelos, ríos y pozos, pero la sequía los fue secando", relata Haile. "Ahora sólo hay agua en puntos muy concretos que pertenecen a un pueblo. Los habitantes de las localidades vecinas, sin agua, van allí por ella y surgen las disputas. Muy poca agua para mucha población. Los primeros argumentan que el agua está en su territorio; los otros, que no por ello dejan de tener derecho a ella. El litigio, que a veces ha llegado a los tribunales, está servido".

Pero lo más desalentador de todo es que el agua, tan trabajosamente acarreada por las mujeres, no es potable. Turbia, de un color marrón anaranjado, infecta de microorganismos y parásitos, a veces, maloliente, esta, al fin y al cabo, agua representa paradójicamente el mayor de todos los peligros.

En Etiopía, casi dos de cada tres habitantes, el 62 por ciento de la población, no tiene acceso a agua potable, según las cifras del Ministerio de Recursos Hídricos. Es decir, 45 millones de personas beben agua sucia, que no resistiría el estándar europeo menos exigente. La estadística incluye a las ciudades, donde el problema es menos grave. Ello significa que en el campo el porcentaje es aún más alto. Hay comarcas en las que nadie bebe agua potable.

Alma de doctora
En la comarca de Samre, donde vive Tesefehen, las adolescentes, en número significativamente elevado, quieren ser médicos. Llama la atención, en un país con tres médicos por cada 100.000 habitantes, según Naciones Unidas. Y puede que, en parte, se deba al referente cercano de la directora de su ambulatorio local, Yelam Tsergay.

Esta joven doctora de 28 años, siempre activa, siempre sonriente, es la encargada de enfrentarse, con escasez de medios, pero firme determinación, a una situación de partida bastante descorazonadora.

La mayoría de la población que atiende sólo come una o dos veces al día. El 68 por ciento de la misma no tiene acceso a agua potable. La esperanza de vida es de 52 años para los varones y de 54,9 para las mujeres. "Más baja en los varones por los accidentes y la guerra", puntualiza Tsergay.

El capítulo de la higiene personal no es mucho más halagüeño. Sin apenas letrinas, lavabos, lavaderos, ni costumbres higiénicas, poca gente se lava las manos antes de hacer la comida o incluso tras hacer sus necesidades. La ropa, se lava cada 3-5 meses. No hierven el agua, ni la leche.

Esta falta de higiene, en parte, la propicia la escasez de agua. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un consumo de agua por persona y día de 20 litros. En estas zonas es de 5 litros por persona y día. "Incluso ves a las familias lavarse y, luego, con esa misma agua, preparar la comida", relata el responsable de REST, Getacho Haile.

En estas condiciones, los campesinos etíopes son víctima fácil de parásitos intestinales y enfermedades de la piel, ambas debidas, generalmente, al agua en mal estado con que comen, beben y se lavan.

"Amebiasis, ascariasis, giardiasis y esquistosomiasis, entre otros parásitos intestinales, están entre las tres enfermedades más frecuentes en nuestra comarca", recalca Tsergay.

"Los más afectados son los niños, por la inmadurez de su sistema inmune. Luego, las mujeres, que van a por el agua, y luego las personas mayores", explica. En Etiopía, 169 niños de cada 1.000 muere antes de llegar a los 5 años, y sólo el 38 por ciento de los niños que padece diarrea, el síntoma más común en las enfermedades por el agua, es tratado con terapia de rehidratación y alimentación continua.

En otras zonas del país, el problema no es menos acuciante.

Crecidas mortales
Frente al tópico tan arraigado sobre Etiopía de lugar semidesértico, válido para el norte y el este del país, el resto, amplias regiones como Gurage, concuerdan a la perfección con la idea que tenemos del África negra: tupidas selvas de exuberante vegetación, altas palmeras, manadas de monos cautamente expectantes al discurrir de los ojos y vehículos humanos que se asoman a su territorio, y ríos de aguas turbulentas, e insalubres.

En estos parajes, el peligro de ir a por agua, además de las hienas, son las súbitas crecidas del río. "Varias vecinas han muerto arrastradas por la corriente, al ser sorprendidas por una crecida", explica Tesomech Hasmach, mientras rellena un bidón, con dos amigas, en un río de la comarca de Chaha, en Gurage. Esta joven fuerte, de 25 años, madre de cuatro hijos, carga, a veces, con 40 litros. "Sé que esta agua no es potable, pero es la única que tenemos".

A Yédebe, también en Chaha, el agua limpia llegó hace cuatro años. Faté Yasín, una agricultora de 42 años, lo ha notado, sobre todo, en la piel de sus ocho hijos. "Antes, su piel era muy distinta. Les picaba mucho y estaban continuamente rascándose".

El ats del ambulatorio local de Chaha, Andama Kilma, constata que las enfermedades son muy diferentes según las aldeas dispongan o no de agua potable. "En las zonas con agua en mal estado, los niños, la población más vulnerable, padecen frecuentemente diarreas. Y nos llegan muchos pacientes con enfermedades debidas al agua como infecciones en los ojos y en la piel, que suelen ser manchas y pequeñas heridas. Les recomendamos que se las laven con agua y jabón".

Para Faté, el agua de antes "era muy distinta; no servía ni para dar de comer a los animales".

Faté muestra orgullosa a los "ferenyis" (extranjeros blancos) que la visitan sus naranjos, en el huerto trasero de su casa, en realidad, una alta y espaciosa choza de madera complementada con una modesta pero "coqueta" construcción con tejado a dos aguas, de aire occidental. Cultiva además tomates, patatas, falsos bananos, árbol sin frutos con cuyas hojas, parecidas a las del auténtico banano, elaboran el "kocho", una torta típica de la región, y café, planta originaria de Etiopía cuya infusión preside toda recepción de cortesía.

Desde que el agua está cerca, Faté se dedica más al huerto y ahorra bastante dinero. Tiene, además, tiempo para vender, en el mercado local, "inyera", el alimento básico de todo etíope, una torta ácima y ácida elaborada con "tef", el cereal autóctono del país. Gracias a ello ha aumentado sus ingresos y enviado a uno de sus hijos a estudiar a la capital de la comarca.

Samira, una de sus hijas pequeñas, es admiradora del futbolista David Beckham. Se entera de sus victorias (si se me permite el madridismo) por la radio (en su aldea, a las afueras del mundo, no hay televisores). A sus 10 años, tiene claro que quiere ser, huelga decir, doctora. "Para curar a mucha gente y también para ganar dinero", argumenta. Con el surtidor, de agua potable, a diez minutos, sus ilusiones, bien que todavía lejanas, entran dentro de lo posible.

Cinco horas ganadas
Cinco horas de vida al día, de media, es lo que ganan las mujeres con la proximidad de una fuente. Terminan antes las tareas domésticas, cuidan más la higiene familiar, amamantan a sus bebés puntualmente, se ocupan mejor de sus otros hijos, asisten a las asambleas locales, donde ejer
En el medio agrícola, esta última ayuda resulta decisiva. "Los tiempos son muy importantes en agricultura", afirma el responsable gubernamental de desarrollo rural en la región de Raya, Haile Asfá.

En Raya, una planicie rodeada de montañas bajas al sur de Tigray, donde viven 430.000 personas y 360.000 cabezas de ganado, el 60 por ciento de la población, 260.000 personas, no tiene agua potable. Ni comida, en años de sequía, como 2003, cuando sobrevivieron gracias a la ayuda alimentaria exterior. El "tef" es el cultivo más extendido.

"La cosecha de tef es diferente si se planta por la mañana o por la tarde", explica Asfá. "Si se planta por la mañana, la producción aumenta. Lo mismo pasa con el sorgo y con otros productos. Donde las mujeres y los niños ayudan en las labores del campo, la cosecha llega a ser hasta un 50 por ciento mayor".

Los Abraha son una familia de clase media, con 9 hijos, residente en la aldea de Wárgeba, en Raya. Tienen cuatro bueyes y una vaca. Viven del cultivo de tef, sorgo y cebada. Habitualmente comen "shiro", un puré de legumbres especiado, sobre una torta de "inyera". Sólo en las fiestas se dan el lujo de ingerir carne. "Producimos para nuestro propio consumo. Pero, cuando la cosecha es buena, vendemos el excedente para comprar bueyes y vacas, y así tener más leche", comenta el padre, Abraha Tarreken. "Si el agua no estuviera a dos horas de aquí, las cosechas siempre serían mejores".

Así, tal vez, hasta podrían comprar camellos, como los Germai, una familia potentada de Chadu, en la misma comarca de Raya. La madre, Asmara Woldu, o alguno de sus 8 hijos, tarda ahora cuarenta minutos en ir y volver a por agua. Los bidones ya no los carga ella, sino el camello, que puede con 80 litros. Libre de peso, la espalda ya no le duele.

Las más de cinco horas que ha ganado las invierte en criar pollos para vender sus huevos, fabricar cestas de cáñamo que vende en el mercado, y ayudar a su marido en el campo. "El rendimiento de nuestras tierras ha aumentado. Ahora ganamos algunos miles más de birrs (la moneda etíope)", asegura.

El director de la Oficina del agua de Chaha (Gurage), Aulacho Korei, es tajante al respecto. "O aumentamos el acceso al agua potable, o no habrá importante aumento de los salarios ni las condiciones de vida de las comunidades. La carencia de agua potable merma directamente la salud de la población, que es la principal fuerza productiva del país. Además, si no proteges la salud de los habitantes, gastas más en sanidad".

El Ministerio de Recursos Hídricos, del que depende la Oficina del Agua, se creó en 1995. Entre sus principales objetivos está elevar el acceso de la población al agua potable.

Trágicas sequías
Buscamos las causas de estas escaseces crónico-agudas, y lo primero que viene a la mente son las graves sequías de los últimos treinta años. Especialmente las de 1972-1974 y 1984-1986.

La primera, mató a más de 200.000 personas. Y apuntilló a un imperio de tres mil años de antigüedad. En uno de los episodios más sonámbulos de su historia, en 1974, la noche del 11 de septiembre (Nochevieja, según el calendario etíope, que, con 7 años de retraso, vive ahora en 1999), los militares insurgentes que controlaban ya el país, instaron al anciano emperador Haile Selassie, solitario y fantasmagórico inquilino de su abandonado palacio, junto a su criado, a ver en televisión el documental "El hambre oculta", del periodista británico Johnathan Dimbleby, sobre la sequía que asolaba Tigray y Wollo. O sea, la realidad innegable del “trastero” de su imperio.

La cinta había dado la vuelta al mundo. En ella se alternaban imágenes de hombres agonizantes por inanición con suntuosos festines en palacio y el propio emperador dando de comer jugosos pedazos de carne a sus perros en bandeja de plata. A la mañana siguiente, después de pasar la noche en vela, el “León de Judá” fue oficialmente destronado.

De la segunda gran sequía, la de 1984, aún resuenan en los televisores de todo el mundo, ligadas al macroconcierto solidario "Live Aid", sus imágenes espeluznantes.

Letehigot Hagos, campesina de la comarca de Samre, tenía entonces veinte años. Para sobrevivir, no les quedó más remedio que talar los árboles. Para venderlos como leña. "Todas estas tierras secas eran bosques de acacias", recuerda.

La venta de leña, último y dramático recurso, no pudo, sin embargo, impedir la tragedia. Más de un millón de personas murió entre 1984 y 1986. Cientos de miles, como Letehigot, huyeron a Sudán. Lo hicieron de noche, para eludir el mandato gubernamental de trasladarlos al sur del país. "Muchos adultos morían porque daban la poca comida que tenían a sus hijos", relata Wodesembat, un veterano de guerras contra comunistas y eritreos.

La deforestación intensiva de la zona ha agravado el problema del agua. Sin árboles, el agua de lluvia corre más rápido por la superficie del terreno y se infiltra menos en la tierra. Ello provoca, a su vez, que crezca menos vegetación, aumente el polvo en la atmósfera, disminuya la cantidad de lluvia y se eleve la erosión por el viento.

Pero, para Aulacho Korei, director de la Oficina de Agua de Chaha (Gurage), ni siquiera estas sequías crónicas e intensas explican la dificultad de la población para acceder a agua potable. "La cantidad de aguas subterráneas y en superficie existentes en el país es suficiente para suministrar agua potable a toda Etiopía. Lo que pasa es que sólo se aprovecha el 2,5 por ciento de ella", señala.

Esas "aguas en superficie" incluyen el 86 por ciento del caudal del Nilo, el río más largo del planeta, que, quién lo iba a suponer, proviene de Etiopía. Es decir, Etiopía tiene agua de sobra para abastecer a toda su población. ¡¿Entonces?! ¿Por qué a esta no le llega? Muy sencillo. Pues porque no hay dinero. Los gobernantes etíopes tienen otras prioridades. Y no son caprichosas. En primer lugar, que sus habitantes coman tres veces al día, y no dos o una, como es habitual.

Prioridad
Con un 44 por ciento de su población sobreviviendo por debajo del umbral de la pobreza, Etiopía es el quinto país más pobre del mundo, por delante sólo de Níger, el más pobre, Burkina Faso, Mali y Chad, según el Informe sobre Desarrollo Humano 2005, elaborado por Naciones Unidas. La probabilidad al nacer de no llegar a los cuarenta años es casi del 40 por ciento.

La segunda prioridad es la guerra. Desde la caída del régimen de Haile Selassie, en 1974, el país se ha trastabillado entre conflictos internos o con su vecino, la belicosa Eritrea. De ambos mantienen los rescoldos. Dentro: tras las elecciones de mayo de 2005, el presidente Meles Zenawi, con tendencia a eternizarse en el cargo que ocupa desde 1991, dio por ganados los comicios, cómo no, por su partido. La oposición no comparte el escrutinio. La delegación de la Unión Europea que acudió como observadora, tampoco. Para la parlamentaria que la encabezaba, Ana Gomes, los resultados fueron manipulados. Los enfrentamientos entre opositores y la policía se han cobrado ya decenas de vidas.

Fuera: el presidente eritreo, Isaías Afewerki, que en diciembre de 2005 expulsó a los observadores de la ONU de la zona de seguridad que separa ambos países, hace tiempo que no deja de proferir amenazas de invasión de la zona de Badme, al norte de Etiopía.

"En un país en desarrollo como el nuestro, la ‘tarta’ nacional es muy pequeña ", indica Getaneh. A juicio del representante de Intermón Oxfam en Etiopía, lo primero que hay que tener en cuenta es la desigual distribución del agua. Donde se encuentra el 80-90 por ciento del agua, vive el 30-40 por ciento de la población, mientras casi el 60 por ciento de los etíopes reside donde está el 10-20 por ciento de las reservas hidrológicas.

"El problema podría solucionarse con unas buenas canalizaciones que las conduzcan de una zona a otra. Pero no hay dinero suficiente para financiarlas", añade Getaneh.

“Es el círculo vicioso de la pobreza. Como el agua no es potable, la población enferma mucho de dolencias prevenibles, su productividad es baja, sus ingresos, míseros, y la comunidad no puede costear la instalación de agua potable", explica.

Como agravantes, apunta Getaneh la deficiente formación de las autoridades nacionales y locales para gestionar políticas de agua efectivas, así como la descoordinación, endémica, entre las entidades del sector: gobierno, instituciones internacionales, ongs y empresas privadas.

Aulacho Korei añade la absoluta indeferencia mostrada por el gobierno hasta mediados de los noventa. Por ejemplo, la ausencia de estudios hidrológicos hasta esa fecha habla por sí misma.

Para el consultor en agua y saneamiento de ISF (Enginyeria sense Fronteres, Ingeniería Sin Fronteras), Lluís Basteiro, experto analista en recursos hidrológicos etíopes, "la falta de acceso se ha visto agravada por el nulo mantenimiento de los sistemas, su precaria sostenibilidad y el bajo grado de organización de las comunidades".

Hay quien culpa de la "sed" etíope al conflicto con Egipto por las aguas del Nilo. En 1929, Egipto y Gran Bretaña firmaron un tratado para repartir su caudal. Todo, o casi, para Egipto; nada, o casi, para Sudán. Excluida igualmente de su renegociación entre ambos países beneficiarios tres décadas después, en 1959, Etiopía ni siquiera existía. Para los pactantes.

Para Kaleab Getaneh es intrascendente. "Desde una perspectiva legal, este tratado no es vinculante para Etiopía, ya que no se contó con ella a la hora de firmarlo". Pero reconoce que el conflicto con Egipto sigue latente. "Algunos proyectos de uso de las aguas del Nilo para los que pedimos ayudas al Banco Mundial, no han tenido éxito. Según se dice, por la influencia de los egipcios. Pero el verdadero problema no son los tratados, sino la imposibilidad de financiar infraestructuras que permitan canalizarlas".

Objetivo del Milenio
En los últimos años, las mejoras han sido notables. En 2002, el Ministerio de Recursos Hídricos puso en marcha un plan de quince años para ampliar la cobertura de agua potable. Los resultados no se han hecho esperar. En 2001-2002, el 17 por ciento de la población tenía acceso a agua potable; actualmente, es el 38 por ciento. Se ha doblado la cobertura.

Este plan ha estimulado la generosidad exterior, de por sí pródiga con este país, cuya capital, Addis Abeba, es conocida como la "Bruselas" de África por la alta concentración de organizaciones foráneas que han plantado allí su tienda. "Ahora ya está claro adónde vamos y las estrategias que vamos a seguir, lo que genera confianza", apostilla Getaneh.

El Banco Mundial y el Banco Africano para el Desarrollo han destinado 100 y 60 millones de millones, respectivamente, para proyectos de agua durante un período de cinco años. Y UNICEF ha asignado para el mismo período un presupuesto de 125 millones de dólares, procedentes de la Unión Europea y del gobierno holandés.

A escala nacional, uno de los objetivos del milenio, plan para combatir la pobreza en el mundo aprobado en 2000 por la asamblea general de Naciones Unidas, es que el acceso a agua potable ascienda al 63 por ciento de la población para 2015. Y que su red de instalaciones de higiene, como letrinas y lavaderos, cubra al 59 por ciento de los etíopes. Largo trecho por recorrer desde el 18 por ciento actual.

Entre las ongs españolas más activas en el sector está Intermón Oxfam. Su “Banco de Agua”, el proyecto más ambicioso de su historia de construcción y gestión de infraestructuras hidrológicas, está financiado, entre otras entidades, por la Generalitat de Cataluña, la Comunidad de Castilla-La Mancha y la Comunidad de Madrid.

"Nuestro objetivo es suministrar a las poblaciones más afectadas 20 litros de agua limpia y potable por persona y día, las recomendaciones de la OMS. Así contribuimos a reducir la pobreza y al desarrollo del país", explica su responsable, Kaleab Getaneh.

Además, para dejar los cabos bien atados, Intermón forma a los técnicos y gestores, gubernamentales o locales, que se hacen cargo de pozos y manantiales de nueva creación. Y se asegura de que la comunidad beneficiada participe en su mantenimiento.

ISF (Ingeniería Sin Fronteras), otra ong española, ha creado un manual especificando las infraestructuras necesarias para extraer aguas subterráneas o canalizar manantiales en el país africano.

"Queda mucho por hacer. De momento, nos estamos concentrando en el objetivo marcado por Naciones Unidas para 2015", dice Getaneh. El director de la Oficina del Agua de Chaha, Aulacho Korei, más promisorio, augura una cobertura del cien por cien para 2018. Al menos en su región.

"Las cinco horas que he ganado al tener el agua más cerca las empleo en dedicarme más a las tareas del hogar, como lavar la ropa, y asistir a reuniones sobre higiene y sobre planificación familiar", cuenta Tesefehen Guirmai, de la comarca de Samre (Tigray).

"Si instalan un surtidor de agua más cercano a nuestra casa, podré enviar a mis hijos más pequeños al colegio y no tendrán que abandonar los estudios", expresa Letehigot Hagos, también de Samre.

Pozo a pozo, niña escolarizada a niña escolarizada, doctora a doctora, el círculo vicioso de la pobreza y la desigualdad empieza a invertir su pernicioso giro, tendido desde tiempos inmemoriales como un intimidatorio león dormido al que no interesa despertar sobre las castigadas pero feraces tierras etíopes. Un círculo que habrá ralentizado mucho sus vueltas cuando “mai” signifique, aun para la más apartada de sus familias, simple y livianamente, agua.


Américo Virus, 2007

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