Las ciegas hormigas
Ramiro Pinilla, 1961
Hay en la escritura de
Pinilla una amargura en el tema —pretérito y
recurrente, guerra y posguerra—, y en las
tramas, como el descabalamiento de la recogida del carbón en Las ciegas hormigas, que,
aunque trata de enmendarla al final, no termina de hacerlo del todo. Sus
finales son una superación de la tragedia por la aceptación y asunción de la
misma.
Sucede, por ejemplo, en La
higuera, donde el jardín botánico, esa condición inverosímil de Gabino para
acceder a ir al seminario, y que se menciona como de paso, no termina de
convencer, ni de visualizarse, ni de adquirir fuerza. Sólo apostilla de corrido
el asesinato de Rogelio. Como si el autor hubiera querido terminar en tragedia,
con el triunfo cruel de los falangistas, pero, finalmente, in extremis, se negara a ello.
En Las ciegas hormigas ocurre algo semejante. El
acarreamiento del carbón termina en tragedia absoluta: la muerte de Fermín y la
progresiva pérdida de todo el carbón cuando ya parecía salvado. Sólo Ismael, de
nuevo in extremis, logra
rescatar un saco. Un saco pírrico. Y puede, entonces, el autor volcar la
moraleja-metáfora que da título a la obra, la imperturbabilidad del padre, y de
la especie humana, cual ciegas hormigas ante las adversidades de la vida. En
eso consiste la heroicidad en Pinilla. Nada más pero, también, nada menos. En
un atisbo de no haberlo perdido todo. Se ha perdido mucho. Prácticamente todo.
Pero no todo. Puedo entonces seguir viviendo.
Ramiro Pinilla en el pinar de la Galea.
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