Pecio de irrealidad
Estaremos en Munich. Con estas sorprendentes palabras dichas antes del partido como quien comenta el resultado de un sorteo, el bueno de Pep Guardiola se apuñalaba a sí mismo. Porque nunca en su épica trayectoria como entrenador, frente a rival alguno, había exhibido prepotencia Pep el hiperprudente, el hiperhumilde, el hipervictimista, capaz de ponderar las virtudes del Ceuta, la Cultural Leonesa o el Hospitalet antes de golearlos sin piedad en Copa.
Algo olía a podrido en Can Barça. Pep no era Pep; o, si se quiere, Super Pep, sino que mostraba los primeros síntomas del síndrome de Ultra Pep, un entrenador rayano en la fantasía, el Ferran Adrià del fútbol, que, de haberse desatado, hubiera jugado no con tres defensores sino con ninguno; y no con nueve canteranos sino con once alevines de la Masía troquelados en “el modelo”.
Tanto fue la excelencia a la utopía que ha terminado ahogada en un baño de realidad.
24 de abril, 2012
Barça, 2 – Chelsea, 2.
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