Maj Sjöwall y su marido Per Wahlöö, fallecido en 1975, escribieron diez novelas policíacas, el ciclo de Martin Beck, en el que se han basado todos los escritores de novela negra escandinava actuales, Henning Mankell y Stieg Larsson como exponentes más famosos.
El motivo principal de la entrevista era esta serie de novelas. El problema es que la primera de ellas había sido escrita hacía casi medio siglo. ¿No estaría un poco aburrida la señora de hablar de ellas? Para más inri, ella únicamente era la coautora, por lo que, al indagar por motivaciones personales de personajes o acciones, a quién debería pedir cuentas, ¿a ella, o a su marido?
La noche anterior me había leído dos de las novelas. La primera de la serie, “Rosanna”, de 1965, y la más aclamada, “El policía que ríe”, de 1968. A toda hostia. Noche en vela incluida.
Y fui a la entrevista con una conclusión y una hipótesis que precisaban confirmación.
1. La conclusión: la necesidad, el impulso, de escribir, no era de Sjöwall, sino de Wahlöö.
¿Por qué si no, a la muerte de este, ella no había vuelto a escribir ninguna novela? (excepción hecha de una circunstancial coautoría (de nuevo), con el holandés Tomas Ross, en 1990, para un club de lectores holandés)
2. La hipótesis: toda buena novela policíaca, esconde una culpa que su autor necesita expiar. En la obra, el autor cumple su deseo, que puede ser en forma de venganza.
Apoyaba mi hipótesis unas declaraciones recientes de la viuda de Stieg Larsson, que había dicho en una entrevista que este se sentía culpable por no haber tratado de impedir una violación por parte de sus amigos, cuando tenía 14 años. Relación directa con su machacona obsesión por la violencia contra las mujeres.
El “Edipo Rey” de Sófocles, algunos lo ven como la primera trama policíaca de la historia. Y Freud tomó de esta obra el nombre para su famoso complejo. Las culpas más profundas procederían de la relación del autor con sus padres.
¿Cuál era entonces la culpa presente en Martin Beck? En principio, si el autor principal había sido, según mi conclusión, Per Wahlöö, sería una culpa de este. Difícil, tal vez, de obtener de boca de Sjöwall. Por muy marido y mujer que hubieran sido. Pero también cabía la posibilidad de que esa culpa se hubiera diluido en el trabajo en común de ambos sobre los textos.
En cualquier caso, ¿cuál podía ser esa culpa? Mi hipótesis era que, tratándose novelas, según ellos, de crítica social, habría que buscar un estigma en la sociedad sueca, un pecado sueco sin expiar cuando las escribían. Si hubieran escrito después de 1986, hubiera pensando en el asesinato de Olof Palme, vergonzosamente sin resolver. Pero, tratándose de obras escritas en los 60s y 70s, me inclinaba más por el colaboracionismo de los suecos con los nazis en la segunda guerra mundial.
Mi percepción de que existía ese sentimiento de culpa social lo apoyaba el hecho de que al ciclo completo de Martin Beck lo titularan “La novela de un delito”. ¿Cuál era ese delito?
De forma superficial, un delito social. Pero, de manera más profunda, un “delito” cometido, de facto o en su imaginación, por o contra el autor de los textos. Esto era algo ya más difícil de explorar en media hora de entrevista, ya que supondría indagar por las relaciones entre el autor con sus padres. ¿Cuáles eran las relaciones de Per Wahlöö con su madre? ¿Era ella a quien se asesinaba en el personaje de Roseanna McGraw, la víctima de la primera entrega? ¿Y la de Sjöwall con la suya? ¿O con su padre? Eran posibles preguntas que barajaba.
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Maj Sjöwall era una mujer muy extrovertida. Hablaba inglés un poco lento, para las prisas que yo tenía por abordar tantos y tantos temas en tan poco tiempo. Pero tuve suerte, el colega de turno que habitualmente viene pitando por detrás para que le cedas tu sitio no hizo acto de presencia, y gocé de tiempo doble de entrevista. El contratiempo: tenía un gripazo que no me tenía, y la cabeza y los oídos embotados. Sjöwall trataba de no encarame demasiado, no fuera a ser que la contagiara.
La primera sorpresa es que no me quedó del todo claro que mi conclusión fuera cierta. Más bien salí con la impresión contraria. Sjöwall puso mucho de sí misma en las novelas, consciente o, sobre todo, inconscientemente, a pesar de no haber en ellas un personaje femenino preeminente.
Es verdad que Sjöwall no ha vuelto a escribir novela negra desde que murió su marido. (Se ha dedicado a los relatos cortos con preferencia por los humorísticos). Incluso, según me contó, la última entrega de Martin Beck, “Los terroristas”, la escribió prácticamente entera su marido (su muerte era inminente y quisieron que dijera en ella todo lo que le quedaba por decir). Pero Sjöwall no se limitó a planificar o retocar lo que Per escribía, como había hecho en la novela de él “El encargo”, o a colaborar simplemente en las tramas. Fue plena creadora en la creación de tramas y personajes y en la escritura.. Y creo que, como su marido, puso mucho de sí misma y de sus traumas en esas obras. Por mucho que no pudiéramos llegar a ello en nuestra conversación. Incluso, por mucho que lo negara.
¿Qué me lleva a esa conclusión?
Cuando la pregunté por un posible pasado nazi en su familia o en la de Per, como posible culpa que necesitara expiar en el ciclo, me dijo que efectivamente, ambos provenían de familias con “padres (varones) de derechas, padres estrictos que pegaban a sus hijos, y madres que se quedaban en casa”. Su padre, que había sido oficial del ejército, admiraba a Hitler y no le gustaban los judíos. “Por supuesto que, de haber vivido en Alemania, yo hubiera ingresado en las Juventudes Hitlerianas”.
“Pero no pusimos nuestros traumas personales ni familiares en las novelas. Estaban en el trasfondo (“background”), pero no explícitamente en el texto”.
¿Cuál era el “delito” de las diez novelas? “Lo que teníamos en mente como delito era la derrota de la socialdemocracia y su traición a los trabajadores”. (Hay que tener en cuenta que tanto Maj como Per eran comunistas, de carné hasta que la Primavera de Praga los hizo desengañarse del partido).
Estas respuestas me parecieron interesantes. Pero, en realidad, debía de haber ido más allá.
Teniendo en cuenta que:
1) sus padres eran estrictos y pegaban a sus hijos, y las madres se quedaban en casa,
y 2) que en las dos novelas que yo había leído, y, según la documentación, tb en otras, las víctimas en las novelas eran mujeres (en “Roseanna”, claramente; y, en “El policía que ríe”, tb, pues el asesinato que da pie a la investigación trata, en realidad, de cubrir el asesinato, años antes, de otra mujer, Teresa Camarao)
¿No serían estos cadáveres de mujer el remedo del “cadáver” de la/s madre/s de los autores? ¿Late, en el fondo de las novelas de Martin Beck, la sensación, por parte de sus autores, de que sus madres habían sido “asesinadas” por sus padres?¿Pegaban sus padres también a sus madres? No parece descabellado pensarlo, según la descripción de su propio padre hecha por Sjöwall. Ese “madres que se quedaban en casa” parece un eufemismo, una frase hecha que esconde una realidad más cruda, aunque no necesariamente cargada de violencia física. Más aún, todas esas mujeres asesinadas en la serie, podrían verse, en realidad, como la propia Maj Sjöwall, que, de pequeña, se sintió “asesinada” por su padre. “Asesinada” no sólo en el sentido de que la pegara, sino también de forma emocional o sexual. Máxime teniendo en cuenta que no hay otros personajes femeninos principales. (La esposa de Beck es casi un fantasma; podría remitir mejor a la primera esposa de Wahlöö y, en todo caso, buscar a Sjöwall en la amante de Beck en las últimas novelas).
En parte, la última entrega del ciclo, “Los terroristas”, podría confirmar estas impresiones. En ella, trataron de que Per expresara todo lo que le quedaba por expresar, y fue al grano: una mujer, madre, mata al primer ministro sueco. Lo que puede verse como su madre matando a su propio padre de Wahlöö, el primer ministro como figura paterna. Pero de la familia de Per poco pude saber. La principal literatura sobre el tema debe de estar en sueco, idioma que no leo.
Sin embargo, en otras novelas, igualmente puede intuirse algo así. El mismo día en que hice la entrevista, pero más tarde, leí una entrevista a Sjöwall en la que decía cómo habían decidido la víctima de “Roseanna”. “La primera idea se nos ocurrió un día que estábamos dando un paseo en barco por el canal que va de Estocolmo a Gotemburgo. En la cubierta iba una chica norteamericana de 20 o 25 años muy guapa. Per no paraba de mirarla y yo le dije: 'Vamos a matarla’". (http://www.elpais.com/articulo/cultura/suecos/reinventaron/genero/negro/elpepicul/20070212elpepicul_5/Tes/)
Maj Sjöwall me pareció una mujer muy interesante. No sólo como escritora, o coescritora. Su trayectoria vital es la de una mujer luchadora y comprometida, bien que a los 74 años su único deseo sea disfrutar de lo que le quede de vida. Y espero que no le contagiara mi gripazo, a pesar de situarme bastante alejado de ella durante la entrevista.
Me dijo que no pensaba escribir una autobiografía suya. Aunque la biografía era su género actual predilecto como lectora, junto a la novela histórica (Peter Englund es su preferido) Es más, lo dijo de un modo algo más vehemente que el tono general de sus respuestas. Y, ahora, lamento no haber tenido los reflejos de preguntarle por qué. Obviamente, su autobiografía serviría para completar, refutar o apoyar estas impresiones y comentarios.
Únicamente aludió a una biografía concreta, la de Stalin. Un Stalin que, a la postre, para los comunistas de los sesenta, resultó ser un gran asesino de masas. Lo que le interesaba a Sjöwall de las biografías, según me contó, era los primeros años del biografiado, cómo llegó a ser lo que luego fue. Me preguntó si hay en ello un intento por comprender a su padre, cómo llegó a ser lo que fue, por reconciliarse con él.
Otra pregunta que me quedó en el tintero fue la conservación de su apellido tras su matrimonio con Wahlöö. ¿No estaban casados, como afirman todas las notas biográficas? O fue influencia española, dado el interés que España suscitaba en Per Wahlöö, que escribió dos novelas sobre la dictadura franquista, y pasó, junto a Maj, los dos últimos inviernos de su vida en la Costa del Sol. Sus hijos Jens y Tetz, técnicos de electricidad en cine y teatro, firman muchas como Sjöwall-Wahlöö. ¿Feminismo? No he conseguido ver cómo firma su hija, ¿Lienna?, que es pintora, y debe de ser más pequeña que los dos hijos varones.
Nota: estas expuestas aquí no pretenden ser ni un estudio psicológico ni afirmaciones siquiera aproximativas sobre las motivaciones profundas, inconscientes, que subyacen en la obra de Sjöwall-Wahlöö. Tómense como meras reflexiones, hipótesis, líneas de interpretación, faltas de confirmación y documentación. Pero que formaron parte de mis motivaciones en la entrevista a Maj Sjöwall. Y, como tales, glosas al margen de la misma.
Las novelas de Martin Beck. Algunos apuntes/preguntas fragmentarios y dispersos.
(Advertencia: se comentan finales y soluciones de los casos)
Nota: de no decirse lo contrario, la edición es la de RBA.
Sjöwall me dijo que su casa de la infancia le recordaba a un barco. “mi padre era el capitán; el chef de la cocina, con su sombrero alto, el jefe de máquinas; y luego estaban los trabajadores, la clase baja”, formada principalmente por finlandeses. Era un restaurante, en un edificio en el que había un hotel y un teatro. En el centro de Estocolmo. Su padre era el jefe. ¿El dueño? La familia vivía en el piso de arriba, en un apartamento.
Si Roseanna es asesinada en su camarote, no por el capitán, pero sí por un hombre, nueve años mayor que ella, que usa una gorra, ¿ese camarote podría relacionarse con una de las habitaciones donde vivía la familia Sjöwall? ¿La de la pequeña Maj? ¿La de su madre?
El cadáver de Roseanna es arrojado del barco, al agua. ¿Fue así como terminó Sjöwall con su padre, arrojada o autoarrojada fuera de casa? ¿Cómo terminó con él? ¿Y Wahlöö?
El motivo del asesinato es que Roseanna es muy promiscua sexualmente para el asesino. Ninfómana, “una puta, una perra en celo”, llega a decir de ella una ex-compañera de piso. “Obscena e indecente”, “Impura”, dirá el asesino. Ella trata de follárselo (al asesino) y él, la mata. ¿Un padre estricto recriminando a su hija su promiscuidad sexual o deseo de?
En la Suecia de la liberación sexual, el delito de la represión sexual. Crítica social. ¿Es este el delito que subyace en la serie, aunque los autores no lo enunciaran conscientemente como tal: la represión sexual que sus padres ejercieron sobre ambos o alguno de ellos?
- También hay una relación entre Beck y Roseanna. Ninguno de los dos miente nunca.
- La otra mujer que relevante en “Roseanna” es la policía Sonja Hansson. Que es elegida por su parecido con Roseanna McGraw. Es decir, remite al mismo tipo de mujer.
- Por otro lado, el asesino de Roseanna, nace el mismo año que Wahlöö, 1926.
- En “Los hombres que odian a las mujeres”, Stieg Larsson copia no sólo el móvil, asesinato sexual, sino la forma de resolverlo mediante el análisis de las fotos del día del asesinato, que, en ambas novelas, conducen al asesino. Cuando uno lee “Roseanna” después de haber leído a Larsson, da la impresión de que este adolece de falta de imaginación o de copia (homenaje, que dirían otros) de los Sjöwall/Wahlöö.
“El hombre que se esfumó” (1966)
En inglés, “The man that went up in smoke”, que subió (convertido) en humo”; en sueco, “Mannen som gick upp i rök” (?)
Aquí el tema que subyace me parece claramente el nazismo. Consciente o inconscientemente en la mente de sus autores. Ya desde el título. Los judíos que eran convertidos en humo en los crematorios de Auschwitz.
Las alusiones son continuas:
- La novela empieza con un hombre que mata a otro, ambos borrachos, porque este lo ha llamado “maldito nazi, cerdo nazi” repetidamente.
- A continuación, Martin Beck va a Hungría a buscar a un periodista que ha desaparecido. Tiene una semana para encontrarlo o saber qué ha pasado con él, porque, si no, su revista desvelará asuntos turbios del gobierno sueco. En Auschwitz murió la mayoría de los judíos húngaros.
- Ya en el trayecto, Beck hace escala en Alemania, y hojea una revista en la que se denuncia el pasado nazi de Axel Springer, editor alemán, que colaboró con Goebbels.
- Además, el periodista que ha desaparecido, Matsson, había ido a Budapest a hacer un reportaje sobre el Museo Judío de esta ciudad.
- Cuando llega a Budapest, Beck destaca que fue allí donde las SS resistieron con más encono a los rusos, lo que los fascistas suecos aún recuerdan con orgullo.
- Los delincuentes, que tratan de matar a Beck, son tres alemanes que viven en el barrio judío de Budapest.
- Cuando sigue su pista, Beck se topa, por accidente, con la sinagoga. Y hace referencia a genocidio, “el gran terror”, cuando algunos ancianos lo saludan allí.
- Los cigarrillos que Beck fuma en Budapest, de la marca Terv, tienen en su cajetilla el dibujo de “una fábrica con altas chimeneas”, según describe.
- Beck y su colega húngaro se bañan en aguas sulfurosas, lo que recuerda puede recordar al azufre del Zyklon-B de las cámaras (duchas) de gas.
- Los trenes que recorren centroeuropa están muy presentes en la trama y desenlace, pues el asesino huye en uno de ellos.
- La chica de los tres alemanes, traficantes de “humo” (hachís), Ari (de Aranka) Böck. De ella dice Beck, en lenguaje con reminiscencias léxicas nazis, que era “un ejemplar altamente funcional de la raza humana”. Por otro lado, su apellido paterno remite al del propio Beck. Böck>Boeck>Beck. ¿Padre simpatizante de los nazis?
- Además. Ari Böck dice a Beck, mintiendo, que trabaja en un Museo. ¿Se refiere al Museo Judío que iba a visitar Matsson?
Finalmente se descubre que Matsson ha sido asesinado por otro periodista, después de que la víctima hubiera gritado obscenidades sobre la prometida del asesino. Mattson es descrito varias veces como “un cerdo”, por tendencia a sobrepasarse con las mujeres. Es más, llevaba “una maleta de piel de cerdo”, como detalladamente anota Beck.
Tras matarlo, el asesino, lo esconde bajo los escombros en el ático de una casa de campo que los bomberos están incendiando para luego apagar el fuego como ejercicio de prácticas. El cadáver es, pues, literalmente, convertido en humo.
Podría verse en esta novela el deseo de los autores de vengarse del nazismo. Del nazismo, en general. Pero, más concretamente, del nazismo presente en sus propias familias. Por lo menos, en la de Sjöwall. O de un nazi concreto, su padre. ¿”Un cerdo”, a sus ojos?
Al igual que en “Roseanna”, la víctima es asesinada por su promiscuidad, su no represión, mejor dicho, de sus deseo sexuales. Matsson expresa su deseo sexual, cuando está borracho, de forma soez y agresiva. La víctima, en este caso, agrede, aunque sólo sea verbalmente, a las mujeres, y a sus parejas. Estas, a su vez, reaccionan violentamente y, en última instancia, una de ellas, lo mata.
La primera vez que es agredido Matsson, por otro colega de profesión, se alojaba en un hotel, el Hotel Savoy de Malmo. Los Sjöwall vivían en un hotel.
El lector, como los policías, simpatiza con el asesino. El realidad, el asesino es una víctima más de “un cerdo”. Kollberg, el compañero de Beck, casi lo justifica, y expresa por dos veces que la muerte de la víctima es beneficiosa para la sociedad e incluso casi su deseo de que el asesino hubiera escapado. La víctima es el malo de esta novela.
¿Cuándo murieron los padres de los autores? Del cadáver de Matsson se dice que no queda mucho, cuando lo encuentran. Y que una empresa iba a construir un nuevo edificio en el lugar donde se encontraba, tras derribarlo todo con bulldozers. Aunque Sjöwall no me dijo explícitamente en la entrevista que el edificio donde vivía de pequeña fuera derribado, sí lo hizo implícitamente cuando se extendió durante varios minutos explicándome cómo el centro de Estocolmo y de todas la ciudades suecas había sido demolido para sustituir los viejos hoteles y restaurantes por centros comerciales.
En “Roseanna” y en “El hombre que se esfumó”, el jefe del “malo”, el asesino en un caso y la víctima en el otro, se llama Eriksson. En Roseanna, trabaja en J. A. Eriksson Transportes y Mudanzas y, en “El hombre...”, su redactor jefe se llama Eriksson. ¿Era ese el nombre del jefe del padre de alguno de los autores?
Queda por saber qué iba a desvelar la revista de Matsson sobre el gobierno sueco. Otro caso “Wallenberg”.
Ari Böck. El cuerpo de la mujer
- Se dice de Ari Böck que es muy promiscua, ninfómana, dice uno de sus amigos. Como Roseanna. Pero, en este caso, ella no es la víctima, sino que su promiscuidad, y la negativa de Beck a follársela, casi le cuesta a este la vida.
- Ari Böck recuerda en cierto modo a Sjöwall (ver foto). Ambas con pelo corto, oscuro. Atractivas. Los detalles son difíciles de comprobar, por supuesto. Pero hay otra mujer a la que recuerda: Roseanna. Hay diferencias, pero tanto Ari como Roseanna ambas son de pelo corto (Ari) o melena corta (Roseanna) oscuro. Ambas, es curioso, tienen los pies separados. En el caso de Roseanna se explicita como un defecto físico, piernas en varo. De Ari, se dice que tenía los pies muy separados, aunque no se explicita si de forma constitucional o sólo en la postura que tiene cuando recibe a Beck. Pero es llamativo que diga no que tiene las piernas muy abiertas sino los pies muy separados. ¿Tenía Sjöwall los pies separados? Ambas están en bikini y llevan gafas (de sol, Roseanna; y de bucear, Ari). Ambas tienen el cuerpo bronceado. Y de las dos se describe su cuerpo y su sexo minuciosamente, Roseanna en la autopsia y Ari en los encuentros con Beck. ¿Qué cuerpo de mujer describirían Per y Maj con más placer y conocimiento sino el de la propia Sjöwall?
- Ambas, Ari y Roseanna, están relacionadas con un barco. Roseanna con el barco donde es asesinada, y Ari en el barco “Libertad”, con el que hace un pequeño crucero por el Danubio con Beck.
- Beck se niega, un tanto bruscamente, a follarse a Ari. Y su despecho (“Encargaos de ese cerdo, y rápido”) provoca el intento de asesinato de él. ¿Es mucho imaginar a una Sjöwall de 30 años, ávida sexualmente, “cabreada” cuando a su marido, nueve años mayor, no le apetece? A Beck casi le cuesta la muerte. :-) Y ejecuta el intento de asesinato un hombre con el nombre de uno de los hijos de la pareja, Tetz. (“Papá, ¿es que no querías que naciera, o qué?”) Pudiera parecer irrespetuosa, esta reflexión, pero creo que es una prueba más del humor de los autores hacía sí mismos.
Errores en los datos de nacimiento del asesino o asesinado.
En “Roseanna”, del asesino se dice, primero, que ha nacido el 6 de julio. (p. 197) Luego, que el 6 de agosto. (p. 259) (Falta comprobar si es un error de traducción).
De la víctima de “El hombre que se esfumó”, que, en realidad, a los ojos de la policía y, con esta, del lector, es el malo de la novela, se menciona un error en el lugar de nacimiento que se luego corrige. Según un informe nació en Goteborg, pero según el definitivo, en Mölndal. Cuando va a decir dónde está empadronado, Beck salta y le dice a su compañero que no sea tan detallista. ¿Dónde estaba empadronado? ¿Donde lo estaban el padre de Wahlöö o el de Sjöwall?
Me pregunto qué relación tendrán estas fechas y lugares con los autores o con sus padres.
- De nuevo, el tema de la promiscuidad ligada al asesinato. No al inicial, el del autobús, sino el que subyace, el de una mujer, Teresa Camarao, 17 años antes, que es el que el asesino del autobús trata de ocultar. También de Teresa Camarao se dice que era ninfómana.
- Como en “El hombre que se esfumó”, el asesino trata de suicidarse. Pero, en este caso, no provoca simpatías.
- Especialistas en coches. Si en “El hombre que se esfumó” el asesino es un periodista especialita en motor, aquí también lo es otro asesino, en prisión, el que pone a Beck sobre la pista principal del que buscan y, precisamente por su conocimiento en coches. Y, al igual que en la segunda novela, provoca las simpatías de los policías. Mató a su mujer por lo insoportable que era esta. ¿Era el padre de Sjöwall o de Wahlöö un especialista en coches? ¿Lo era uno de ellos, Wahlöö o Sjöwall?
Entrevista a Maj Sjöwall
Es la gran dama de la novela negra nórdica. La “maestra” de Stieg Larsson y Henning Mankell. La autora que, con su marido, reinventó el género policíaco, entre 1965 y 1975, con diez novelas sobre una brigada de homicidios donde aireaban las vergüenzas de la socialdemocracia sueca. Y crearon escuela.
Maj Sjöwall no ha vuelto a escribir novela desde 1975, cuando publicó la última entrega del ciclo de Martin Beck (a excepción de una obra coescrita con el holandés Tomas Ross, en 1990). Pocos meses antes, su marido y coautor de la serie, Per Wahlöö, había muerto. Desde entonces, Sjöwall, de 74 años, se dedica a la traducción y a los relatos cortos. Y ello, a pesar de haber puesto el género policíaco patas arriba.
¿Por qué dejó de escribir novela en 1975?
Cuando Per murió, sentí que debía dedicarme a mis hijos, que todavía eran pequeños. Era un momento difícil para ellos, porque acababan de perder a su padre. Y escribir una novela exige mucho tiempo y concentración. No era lo más importante en mi vida. Y no haberles dedicado todo el tiempo que hubiera deseado durante los años anteriores me había creado cierta mala conciencia como madre.
¿En qué sentido?
Los meses de verano los enviábamos a una granja, en el campo, para quitárnoslos de en medio mientras escribíamos. Nosotros los echábamos de menos y ellos también a nosotros, pero, si no lo hacíamos, no podíamos cumplir el plazo de entrega.
¿Alguna vez se lo han recriminado?
Al contrario, se sienten muy agradecidos. Iban a unas granjas, que ya no existen en Suecia, en las que cuidaban de niños con problemas familiares o de drogas, y dicen que eso los ha formado mucho.
¿No le tentó volver a la serie de Martin Beck cuando ya eran mayores?
En absoluto. Ni ahora me considero una escritora profesional de novela negra, ni entonces, en esos diez años, nos considerábamos así ninguno de los dos. La serie de Martin Beck fue un proyecto que Per y yo acotamos a diez entregas en diez años. Simplemente, utilizamos este género para nuestros propios fines.
¿Cuáles eran?
A la serie entera la llamamos “Novela de un delito”. El delito era el engaño del sistema socialdemócrata a la clase trabajadora. Queríamos combinar el entretenimiento con la crítica de una sociedad que cada vez se vuelve más capitalista, más mercantilista y más inhumana. .
¿Lo consiguieron?
No puedes cambiar el mundo escribiendo libros. Pero conseguimos que el público se interesara por el trabajo policial, y que la policía se volviera más abierta a la sociedad y a la prensa. También conseguimos que mucha gente se aficionara a la lectura.
¿Cuál diría que ha sido su aportación a la novela policíaca?
Hasta entonces, la novela negra escandinava era más tipo Agatha Christie, con detectives muchas veces amateur. Nosotros quisimos hacer algo más realista, y con un héroe colectivo, todo un grupo de policías de la brigada nacional de homicidios, ciudadanos suecos medios, funcionarios al servicio de la sociedad, que simplemente cumplían con su trabajo.
Se dice que copiaron la idea del escritor estadounidense Ed McBain.
Él también lo pensaba. Y se enfadó mucho cuando nos concedieron el Premio Edgar Allan Poe en 1970, antes de que él lo hubiera conseguido. Fuimos los primeros escritores no americanos en ganarlo. Pero no lo conocíamos antes de empezar a escribir. Cuando empezaron a compararnos con él, sentimos mucha curiosidad por leerlo. Nos gustó mucho, se lo comentamos a la editorial, y tradujimos sus libros al sueco.
Si el héroe de sus novelas es colectivo, ¿por qué se las conoce como la serie de Martin Beck?
La editorial las llamó así por simplificar. Martin Beck era el jefe del equipo. Pero a Per y a mí nos gustaba mucho más uno de sus subalternos, Gunvald Larsson.
¿Por qué?
Era una especie de anarquista, un tipo solitario, esnob y algo brutal, que iba un poco por su cuenta y no le gustaba seguir las reglas. Esto le traía problemas con Beck, que debía cuidar de que sus policías no fueran saltando las verjas de las casas. Martin Beck era un tipo más bien aburrido.
Se identificaban más con Larsson que con Beck.
Larsson era nuestro ideal, porque, al igual que él, Per y yo habíamos roto con las familias burguesas de las que proveníamos, con padres de derechas, estrictos, que nos pegaban, padres que iban al trabajo mientras las madres se quedaban en casa.
¿De qué vivía su familia?
Mi padre era el director de un hotel con restaurante, en Estocolmo. Vivíamos en un apartamento en el piso de arriba. Desde pequeña percibí la distancia que separaba a los trabajadores fineses, que pelaban patatas todo el día, de sus jefes. Era como un barco. Mi padre era el capitán, el chef, con su sombrero alto, era el jefe de máquinas, y luego estaba la clase baja. Yo simpatizaba más con esta que con los jefes. En cierto modo, por eso ingresé en el Partido Comunista.
Donde conoció a Per Wahlöö.
Los dos trabajábamos en las publicaciones del Partido. Entonces me interesaba mucho la política. No era muy de mítines, pero mi corazón era de izquierdas. Me di de baja después de la Primavera de Praga. Cuando conocí a Per, él ya había escrito tres novelas, dos ambientadas en el fascismo español, y estaba escribiendo otra sobre Latinoamérica, “El encargo”. Yo participé en esta. Él escribía el grueso del texto, y yo rellenaba los huecos. Ahí me di cuenta de que quería escribir novelas.
Según su viuda, Stieg Larsson se sentía culpable por no haber tratado de impedir una violación por parte de sus amigos, a los 14 años. Me pregunto si también en su deseo de escribir no se escondía cierta culpa personal, tal vez relacionada con la colaboración de Suecia con los nazis en la segunda guerra mundial.
Mi padre fue oficial y, durante la guerra, admiraba a Hitler y no le gustaban los judíos. Por supuesto, yo pensaba que, si hubiera sido alemana, habría pertenecido a las Juventudes Hitlerianas. Ni Per ni yo nos sentíamos muy orgullosos de haber sido suecos durante la segunda guerra mundial. Pero no incluimos nuestros traumas personales o familiares en el texto. Estaban en nuestro inconsciente. Pero no de forma explícita en las novelas.
¿Como trabajaban en ellas?
Lo que más tiempo nos llevaba era concebir la trama y documentarnos. Hablábamos mucho sobre cómo reaccionarían los personajes, cuál era la relación entre ellos y su vida privada. Cuando pensábamos que ya teníamos una buena historia, escribíamos una sinopsis, con unas cuantas líneas sobre cada capítulo. Y, por las noches, nos sentábamos a la máquina de escribir, uno frente a otro. Cada uno escribía un capítulo. Si Per escribía el capítulo uno, yo escribía el dos. Al día siguiente, yo repasaba su parte y, él, la mía.
¿Les costó mucho unificar estilos?
Elegimos un estilo sencillo y periodístico, como el que empleábamos en las revistas. Y con humor. Tuvimos suerte porque no nos fue difícil desarrollar un estilo común que no fuera ni el de Per ni el mío.
¿Afectó la salud de Per a las últimas novelas?
Tres o cuatro años antes de morir, le diagnosticaron una infección en el páncreas, algo que entonces era incurable. Y pasó mucho tiempo en hospitales. Los dos últimos inviernos los vivimos en la Costa del Sol. Cuando Per salía de Suecia, dejaba de sentirse enfermo. El clima político sueco agravaba su estado. Incluso en la España de Franco se sentía mejor.
¿Cómo escribieron la última entrega?
Cuando la enfermedad se agravó, sabíamos que le quedaba muy poco de vida, y que esa sería su última novela. Decidimos que la escribiera él solo casi entera, para que dijera en ella todo lo que le quedaba por decir. Murió antes de que se publicara.
En esa última novela, “Los terroristas”, se anticipa el asesinato de Olof Palme.
Hubo, incluso, algún periódico que dijo: “¿estáis ahora satisfechos, con vuestro enemigo muerto?”. Pero en nuestras novelas nunca le pusimos nombre al primer ministro. Semanas después del asesinato, un periódico danés tituló: “¿Dónde está ahora Martin Beck?”
De haber estado, ¿hubiera conducido mejor las pesquisas?
No hubiera cometido tantos errores, ni borrado tantas pistas para descubrir la trama real. Porque no me creo que fuera ese alcohólico drogadicto al que inculparon. Fue algo más complejo. Como la delincuencia actual, que es una delincuencia organizada, internacional y económica. Nunca ves al verdadero criminal. Y es aburrido escribir sobre ella. Por eso el público sigue prefiriendo al héroe que persigue al asesino y lo captura.
¿Da la talla la heroína de moda, Lisbeth Salander?
He leído la primera novela de Stieg Larsson por saber de qué habla la gente, pero no me ha gustado. Y especialmente por su protagonista, Lisbeth Salander. No es un ser humano. Parece más una mujer de película americana de ciencia ficción, tipo Barbarella, o un personaje de cómic.
¿Llegó a conocer a Larsson, personalmente?
No supe nada de él hasta que se hizo famoso, de repente, después de su muerte.
¿Y a Henning Mankell?
Lo conocí una vez, hace años, cuando le entregué el premio de la Academia Sueca de Escritores de Novela Negra. Entonces dijo que nunca habría empezado a escribir si no hubiera leído “Roseanna” (la primera novela de Martin Beck). Pero ahora ni siquiera me saluda. Se ha vuelto tan rico, tan famoso y tan esnob que ya no me habla. Es ridículo.
La fama lo ha cambiado.
Desde que está casado con la hija de Ingmar Bergman, dirige un teatro en Mozambique y posee casas por todas partes piensa que es un escritor muy muy importante. Y no es así. Sus primeros libros me gustaron, pero luego se ha vuelto muy aburrido, sin sentido del humor.
Quien sí le gusta más que Mankell o Larsson es la noruega Anne Holt.
Estoy traduciendo una serie de novelas policíacas suyas. Como lectora de una editorial, me pidieron una opinión sobre ella. Me pareció interesante y diferente que su detective fuera lesbiana.
¿Está especializada en traducir novela negra?
Es lo único que traduzco. Del inglés, del danés y del noruego.
¿No es un poco paradójico? Porque los relatos que publica en revistas, ¿también pertenecen a este género?
Suelen ser humorísticos. O para niños. Me gusta divertir y hacer reír a la gente, no escribir cosas serias. Lo de traducir novela negra es por las editoriales. Cuando quieren lanzar la obra de un nuevo autor noruego o danés, quieren que mi nombre aparezca junto al suyo, porque soy conocida y vende más.
¿Qué le gustaría, en realidad, traducir?
Teatro moderno. Estaría fenomenal, pero nadie me lo pide. Harold Pinter, por ejemplo. No sé si sería buena, pero me encantaría traducir diálogos. Me gusta retratar y conocer a la gente por la forma en que usa la lengua.
Será entonces cinéfila.
Mucho. Veo, sobre todo, cine sueco. Tenga en cuenta que dos de mis hijos trabajan en el mundo del cine, como jefes de los equipos eléctricos.
¿Alguna recomendación?
Sí, evite las películas de Ingmar Bergman. Son muy aburridas.
El ciclo de Martin Beck. “Novela de un delito”.
Quisieron “utilizar la novela policíaca como un bisturí que abriera la tripa del ideológicamente depauperado y moralmente discutible estado llamado del bienestar de tipo burgués”, según Per Wahlöö. Pero Sjöwall y él hicieron mucho más: crearon la novela negra social.
Las novelas
La primera: “Roseanna” (1965) Una joven es asesinada en un barco de turistas. Las fotos del día del asesinato son clave para identificar al asesino, como en la primera novela de Stieg Larsson.
La de más éxito: “El policía que ríe” (1968). Nueve personas son asesinadas en un autobús urbano. ¿Cuál era la víctima? Ganó el Premio Edgar Allan Poe americano de novela de misterio. Hollywood la adaptó al cine, con Walter Matthau de protagonista.
Una de las preferidas de Sjöwall: “La habitación cerrada” (1972). Por la solución al caso. Martin Beck trabaja solo.
El resto: “El hombre que se esfumó” (1966), “El hombre del balcón” (1967), “El coche de bomberos que desapareció” (1969), “Asesinato en el Savoy” (1970), “Un ser abominable” (1971) “Muerte de un policía” (1974) y “Los terroristas” (1975).
Los protagonistas
Martin Beck. Jefe del equipo policial. Fumador y algo depresivo. Se separa de su mujer a mitad de la serie. El Kurt Wallander de Mankell recuerda a él.
Lennart Kollberg. El opuesto de Beck. Feliz con su pareja. Sibarita. Culto.
Frederick Melander. El Mr. Chip del equipo.
Gunvald Larsson. El que no sigue las reglas. Y el preferido de sus autores.
Einar Rönn. El “psicólogo” del grupo.
Kristiansson y Kvant: Los Hernández y Fernández de la brigada de homicidos de Estocolmo.
La noche anterior me había leído dos de las novelas. La primera de la serie, “Rosanna”, de 1965, y la más aclamada, “El policía que ríe”, de 1968. A toda hostia. Noche en vela incluida.
Y fui a la entrevista con una conclusión y una hipótesis que precisaban confirmación.
1. La conclusión: la necesidad, el impulso, de escribir, no era de Sjöwall, sino de Wahlöö.
¿Por qué si no, a la muerte de este, ella no había vuelto a escribir ninguna novela? (excepción hecha de una circunstancial coautoría (de nuevo), con el holandés Tomas Ross, en 1990, para un club de lectores holandés)
2. La hipótesis: toda buena novela policíaca, esconde una culpa que su autor necesita expiar. En la obra, el autor cumple su deseo, que puede ser en forma de venganza.
Apoyaba mi hipótesis unas declaraciones recientes de la viuda de Stieg Larsson, que había dicho en una entrevista que este se sentía culpable por no haber tratado de impedir una violación por parte de sus amigos, cuando tenía 14 años. Relación directa con su machacona obsesión por la violencia contra las mujeres.
El “Edipo Rey” de Sófocles, algunos lo ven como la primera trama policíaca de la historia. Y Freud tomó de esta obra el nombre para su famoso complejo. Las culpas más profundas procederían de la relación del autor con sus padres.
¿Cuál era entonces la culpa presente en Martin Beck? En principio, si el autor principal había sido, según mi conclusión, Per Wahlöö, sería una culpa de este. Difícil, tal vez, de obtener de boca de Sjöwall. Por muy marido y mujer que hubieran sido. Pero también cabía la posibilidad de que esa culpa se hubiera diluido en el trabajo en común de ambos sobre los textos.
En cualquier caso, ¿cuál podía ser esa culpa? Mi hipótesis era que, tratándose novelas, según ellos, de crítica social, habría que buscar un estigma en la sociedad sueca, un pecado sueco sin expiar cuando las escribían. Si hubieran escrito después de 1986, hubiera pensando en el asesinato de Olof Palme, vergonzosamente sin resolver. Pero, tratándose de obras escritas en los 60s y 70s, me inclinaba más por el colaboracionismo de los suecos con los nazis en la segunda guerra mundial.
Mi percepción de que existía ese sentimiento de culpa social lo apoyaba el hecho de que al ciclo completo de Martin Beck lo titularan “La novela de un delito”. ¿Cuál era ese delito?
De forma superficial, un delito social. Pero, de manera más profunda, un “delito” cometido, de facto o en su imaginación, por o contra el autor de los textos. Esto era algo ya más difícil de explorar en media hora de entrevista, ya que supondría indagar por las relaciones entre el autor con sus padres. ¿Cuáles eran las relaciones de Per Wahlöö con su madre? ¿Era ella a quien se asesinaba en el personaje de Roseanna McGraw, la víctima de la primera entrega? ¿Y la de Sjöwall con la suya? ¿O con su padre? Eran posibles preguntas que barajaba.
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Maj Sjöwall era una mujer muy extrovertida. Hablaba inglés un poco lento, para las prisas que yo tenía por abordar tantos y tantos temas en tan poco tiempo. Pero tuve suerte, el colega de turno que habitualmente viene pitando por detrás para que le cedas tu sitio no hizo acto de presencia, y gocé de tiempo doble de entrevista. El contratiempo: tenía un gripazo que no me tenía, y la cabeza y los oídos embotados. Sjöwall trataba de no encarame demasiado, no fuera a ser que la contagiara.
La primera sorpresa es que no me quedó del todo claro que mi conclusión fuera cierta. Más bien salí con la impresión contraria. Sjöwall puso mucho de sí misma en las novelas, consciente o, sobre todo, inconscientemente, a pesar de no haber en ellas un personaje femenino preeminente.
Es verdad que Sjöwall no ha vuelto a escribir novela negra desde que murió su marido. (Se ha dedicado a los relatos cortos con preferencia por los humorísticos). Incluso, según me contó, la última entrega de Martin Beck, “Los terroristas”, la escribió prácticamente entera su marido (su muerte era inminente y quisieron que dijera en ella todo lo que le quedaba por decir). Pero Sjöwall no se limitó a planificar o retocar lo que Per escribía, como había hecho en la novela de él “El encargo”, o a colaborar simplemente en las tramas. Fue plena creadora en la creación de tramas y personajes y en la escritura.. Y creo que, como su marido, puso mucho de sí misma y de sus traumas en esas obras. Por mucho que no pudiéramos llegar a ello en nuestra conversación. Incluso, por mucho que lo negara.
¿Qué me lleva a esa conclusión?
Cuando la pregunté por un posible pasado nazi en su familia o en la de Per, como posible culpa que necesitara expiar en el ciclo, me dijo que efectivamente, ambos provenían de familias con “padres (varones) de derechas, padres estrictos que pegaban a sus hijos, y madres que se quedaban en casa”. Su padre, que había sido oficial del ejército, admiraba a Hitler y no le gustaban los judíos. “Por supuesto que, de haber vivido en Alemania, yo hubiera ingresado en las Juventudes Hitlerianas”.
“Pero no pusimos nuestros traumas personales ni familiares en las novelas. Estaban en el trasfondo (“background”), pero no explícitamente en el texto”.
¿Cuál era el “delito” de las diez novelas? “Lo que teníamos en mente como delito era la derrota de la socialdemocracia y su traición a los trabajadores”. (Hay que tener en cuenta que tanto Maj como Per eran comunistas, de carné hasta que la Primavera de Praga los hizo desengañarse del partido).
Estas respuestas me parecieron interesantes. Pero, en realidad, debía de haber ido más allá.
Teniendo en cuenta que:
1) sus padres eran estrictos y pegaban a sus hijos, y las madres se quedaban en casa,
y 2) que en las dos novelas que yo había leído, y, según la documentación, tb en otras, las víctimas en las novelas eran mujeres (en “Roseanna”, claramente; y, en “El policía que ríe”, tb, pues el asesinato que da pie a la investigación trata, en realidad, de cubrir el asesinato, años antes, de otra mujer, Teresa Camarao)
¿No serían estos cadáveres de mujer el remedo del “cadáver” de la/s madre/s de los autores? ¿Late, en el fondo de las novelas de Martin Beck, la sensación, por parte de sus autores, de que sus madres habían sido “asesinadas” por sus padres?¿Pegaban sus padres también a sus madres? No parece descabellado pensarlo, según la descripción de su propio padre hecha por Sjöwall. Ese “madres que se quedaban en casa” parece un eufemismo, una frase hecha que esconde una realidad más cruda, aunque no necesariamente cargada de violencia física. Más aún, todas esas mujeres asesinadas en la serie, podrían verse, en realidad, como la propia Maj Sjöwall, que, de pequeña, se sintió “asesinada” por su padre. “Asesinada” no sólo en el sentido de que la pegara, sino también de forma emocional o sexual. Máxime teniendo en cuenta que no hay otros personajes femeninos principales. (La esposa de Beck es casi un fantasma; podría remitir mejor a la primera esposa de Wahlöö y, en todo caso, buscar a Sjöwall en la amante de Beck en las últimas novelas).
En parte, la última entrega del ciclo, “Los terroristas”, podría confirmar estas impresiones. En ella, trataron de que Per expresara todo lo que le quedaba por expresar, y fue al grano: una mujer, madre, mata al primer ministro sueco. Lo que puede verse como su madre matando a su propio padre de Wahlöö, el primer ministro como figura paterna. Pero de la familia de Per poco pude saber. La principal literatura sobre el tema debe de estar en sueco, idioma que no leo.
Sin embargo, en otras novelas, igualmente puede intuirse algo así. El mismo día en que hice la entrevista, pero más tarde, leí una entrevista a Sjöwall en la que decía cómo habían decidido la víctima de “Roseanna”. “La primera idea se nos ocurrió un día que estábamos dando un paseo en barco por el canal que va de Estocolmo a Gotemburgo. En la cubierta iba una chica norteamericana de 20 o 25 años muy guapa. Per no paraba de mirarla y yo le dije: 'Vamos a matarla’". (http://www.elpais.com/articulo/cultura/suecos/reinventaron/genero/negro/elpepicul/20070212elpepicul_5/Tes/)
Maj Sjöwall me pareció una mujer muy interesante. No sólo como escritora, o coescritora. Su trayectoria vital es la de una mujer luchadora y comprometida, bien que a los 74 años su único deseo sea disfrutar de lo que le quede de vida. Y espero que no le contagiara mi gripazo, a pesar de situarme bastante alejado de ella durante la entrevista.
Me dijo que no pensaba escribir una autobiografía suya. Aunque la biografía era su género actual predilecto como lectora, junto a la novela histórica (Peter Englund es su preferido) Es más, lo dijo de un modo algo más vehemente que el tono general de sus respuestas. Y, ahora, lamento no haber tenido los reflejos de preguntarle por qué. Obviamente, su autobiografía serviría para completar, refutar o apoyar estas impresiones y comentarios.
Únicamente aludió a una biografía concreta, la de Stalin. Un Stalin que, a la postre, para los comunistas de los sesenta, resultó ser un gran asesino de masas. Lo que le interesaba a Sjöwall de las biografías, según me contó, era los primeros años del biografiado, cómo llegó a ser lo que luego fue. Me preguntó si hay en ello un intento por comprender a su padre, cómo llegó a ser lo que fue, por reconciliarse con él.
Otra pregunta que me quedó en el tintero fue la conservación de su apellido tras su matrimonio con Wahlöö. ¿No estaban casados, como afirman todas las notas biográficas? O fue influencia española, dado el interés que España suscitaba en Per Wahlöö, que escribió dos novelas sobre la dictadura franquista, y pasó, junto a Maj, los dos últimos inviernos de su vida en la Costa del Sol. Sus hijos Jens y Tetz, técnicos de electricidad en cine y teatro, firman muchas como Sjöwall-Wahlöö. ¿Feminismo? No he conseguido ver cómo firma su hija, ¿Lienna?, que es pintora, y debe de ser más pequeña que los dos hijos varones.
Nota: estas expuestas aquí no pretenden ser ni un estudio psicológico ni afirmaciones siquiera aproximativas sobre las motivaciones profundas, inconscientes, que subyacen en la obra de Sjöwall-Wahlöö. Tómense como meras reflexiones, hipótesis, líneas de interpretación, faltas de confirmación y documentación. Pero que formaron parte de mis motivaciones en la entrevista a Maj Sjöwall. Y, como tales, glosas al margen de la misma.
Las novelas de Martin Beck. Algunos apuntes/preguntas fragmentarios y dispersos.
(Advertencia: se comentan finales y soluciones de los casos)
Nota: de no decirse lo contrario, la edición es la de RBA.
“Roseanna” (1965)
Una joven asesinada en un barco. Sjöwall me dijo que su casa de la infancia le recordaba a un barco. “mi padre era el capitán; el chef de la cocina, con su sombrero alto, el jefe de máquinas; y luego estaban los trabajadores, la clase baja”, formada principalmente por finlandeses. Era un restaurante, en un edificio en el que había un hotel y un teatro. En el centro de Estocolmo. Su padre era el jefe. ¿El dueño? La familia vivía en el piso de arriba, en un apartamento.
Si Roseanna es asesinada en su camarote, no por el capitán, pero sí por un hombre, nueve años mayor que ella, que usa una gorra, ¿ese camarote podría relacionarse con una de las habitaciones donde vivía la familia Sjöwall? ¿La de la pequeña Maj? ¿La de su madre?
El cadáver de Roseanna es arrojado del barco, al agua. ¿Fue así como terminó Sjöwall con su padre, arrojada o autoarrojada fuera de casa? ¿Cómo terminó con él? ¿Y Wahlöö?
El motivo del asesinato es que Roseanna es muy promiscua sexualmente para el asesino. Ninfómana, “una puta, una perra en celo”, llega a decir de ella una ex-compañera de piso. “Obscena e indecente”, “Impura”, dirá el asesino. Ella trata de follárselo (al asesino) y él, la mata. ¿Un padre estricto recriminando a su hija su promiscuidad sexual o deseo de?
En la Suecia de la liberación sexual, el delito de la represión sexual. Crítica social. ¿Es este el delito que subyace en la serie, aunque los autores no lo enunciaran conscientemente como tal: la represión sexual que sus padres ejercieron sobre ambos o alguno de ellos?
- También hay una relación entre Beck y Roseanna. Ninguno de los dos miente nunca.
- La otra mujer que relevante en “Roseanna” es la policía Sonja Hansson. Que es elegida por su parecido con Roseanna McGraw. Es decir, remite al mismo tipo de mujer.
- Por otro lado, el asesino de Roseanna, nace el mismo año que Wahlöö, 1926.
- En “Los hombres que odian a las mujeres”, Stieg Larsson copia no sólo el móvil, asesinato sexual, sino la forma de resolverlo mediante el análisis de las fotos del día del asesinato, que, en ambas novelas, conducen al asesino. Cuando uno lee “Roseanna” después de haber leído a Larsson, da la impresión de que este adolece de falta de imaginación o de copia (homenaje, que dirían otros) de los Sjöwall/Wahlöö.
“El hombre que se esfumó” (1966)
En inglés, “The man that went up in smoke”, que subió (convertido) en humo”; en sueco, “Mannen som gick upp i rök” (?)
Aquí el tema que subyace me parece claramente el nazismo. Consciente o inconscientemente en la mente de sus autores. Ya desde el título. Los judíos que eran convertidos en humo en los crematorios de Auschwitz.
Las alusiones son continuas:
- La novela empieza con un hombre que mata a otro, ambos borrachos, porque este lo ha llamado “maldito nazi, cerdo nazi” repetidamente.
- A continuación, Martin Beck va a Hungría a buscar a un periodista que ha desaparecido. Tiene una semana para encontrarlo o saber qué ha pasado con él, porque, si no, su revista desvelará asuntos turbios del gobierno sueco. En Auschwitz murió la mayoría de los judíos húngaros.
- Ya en el trayecto, Beck hace escala en Alemania, y hojea una revista en la que se denuncia el pasado nazi de Axel Springer, editor alemán, que colaboró con Goebbels.
- Además, el periodista que ha desaparecido, Matsson, había ido a Budapest a hacer un reportaje sobre el Museo Judío de esta ciudad.
- Cuando llega a Budapest, Beck destaca que fue allí donde las SS resistieron con más encono a los rusos, lo que los fascistas suecos aún recuerdan con orgullo.
- Los delincuentes, que tratan de matar a Beck, son tres alemanes que viven en el barrio judío de Budapest.
- Cuando sigue su pista, Beck se topa, por accidente, con la sinagoga. Y hace referencia a genocidio, “el gran terror”, cuando algunos ancianos lo saludan allí.
- Los cigarrillos que Beck fuma en Budapest, de la marca Terv, tienen en su cajetilla el dibujo de “una fábrica con altas chimeneas”, según describe.
- Beck y su colega húngaro se bañan en aguas sulfurosas, lo que recuerda puede recordar al azufre del Zyklon-B de las cámaras (duchas) de gas.
- Los trenes que recorren centroeuropa están muy presentes en la trama y desenlace, pues el asesino huye en uno de ellos.
- La chica de los tres alemanes, traficantes de “humo” (hachís), Ari (de Aranka) Böck. De ella dice Beck, en lenguaje con reminiscencias léxicas nazis, que era “un ejemplar altamente funcional de la raza humana”. Por otro lado, su apellido paterno remite al del propio Beck. Böck>Boeck>Beck. ¿Padre simpatizante de los nazis?
- Además. Ari Böck dice a Beck, mintiendo, que trabaja en un Museo. ¿Se refiere al Museo Judío que iba a visitar Matsson?
Finalmente se descubre que Matsson ha sido asesinado por otro periodista, después de que la víctima hubiera gritado obscenidades sobre la prometida del asesino. Mattson es descrito varias veces como “un cerdo”, por tendencia a sobrepasarse con las mujeres. Es más, llevaba “una maleta de piel de cerdo”, como detalladamente anota Beck.
Tras matarlo, el asesino, lo esconde bajo los escombros en el ático de una casa de campo que los bomberos están incendiando para luego apagar el fuego como ejercicio de prácticas. El cadáver es, pues, literalmente, convertido en humo.
Podría verse en esta novela el deseo de los autores de vengarse del nazismo. Del nazismo, en general. Pero, más concretamente, del nazismo presente en sus propias familias. Por lo menos, en la de Sjöwall. O de un nazi concreto, su padre. ¿”Un cerdo”, a sus ojos?
Al igual que en “Roseanna”, la víctima es asesinada por su promiscuidad, su no represión, mejor dicho, de sus deseo sexuales. Matsson expresa su deseo sexual, cuando está borracho, de forma soez y agresiva. La víctima, en este caso, agrede, aunque sólo sea verbalmente, a las mujeres, y a sus parejas. Estas, a su vez, reaccionan violentamente y, en última instancia, una de ellas, lo mata.
La primera vez que es agredido Matsson, por otro colega de profesión, se alojaba en un hotel, el Hotel Savoy de Malmo. Los Sjöwall vivían en un hotel.
El lector, como los policías, simpatiza con el asesino. El realidad, el asesino es una víctima más de “un cerdo”. Kollberg, el compañero de Beck, casi lo justifica, y expresa por dos veces que la muerte de la víctima es beneficiosa para la sociedad e incluso casi su deseo de que el asesino hubiera escapado. La víctima es el malo de esta novela.
¿Cuándo murieron los padres de los autores? Del cadáver de Matsson se dice que no queda mucho, cuando lo encuentran. Y que una empresa iba a construir un nuevo edificio en el lugar donde se encontraba, tras derribarlo todo con bulldozers. Aunque Sjöwall no me dijo explícitamente en la entrevista que el edificio donde vivía de pequeña fuera derribado, sí lo hizo implícitamente cuando se extendió durante varios minutos explicándome cómo el centro de Estocolmo y de todas la ciudades suecas había sido demolido para sustituir los viejos hoteles y restaurantes por centros comerciales.
En “Roseanna” y en “El hombre que se esfumó”, el jefe del “malo”, el asesino en un caso y la víctima en el otro, se llama Eriksson. En Roseanna, trabaja en J. A. Eriksson Transportes y Mudanzas y, en “El hombre...”, su redactor jefe se llama Eriksson. ¿Era ese el nombre del jefe del padre de alguno de los autores?
Queda por saber qué iba a desvelar la revista de Matsson sobre el gobierno sueco. Otro caso “Wallenberg”.
Ari Böck. El cuerpo de la mujer
- Se dice de Ari Böck que es muy promiscua, ninfómana, dice uno de sus amigos. Como Roseanna. Pero, en este caso, ella no es la víctima, sino que su promiscuidad, y la negativa de Beck a follársela, casi le cuesta a este la vida.
- Ari Böck recuerda en cierto modo a Sjöwall (ver foto). Ambas con pelo corto, oscuro. Atractivas. Los detalles son difíciles de comprobar, por supuesto. Pero hay otra mujer a la que recuerda: Roseanna. Hay diferencias, pero tanto Ari como Roseanna ambas son de pelo corto (Ari) o melena corta (Roseanna) oscuro. Ambas, es curioso, tienen los pies separados. En el caso de Roseanna se explicita como un defecto físico, piernas en varo. De Ari, se dice que tenía los pies muy separados, aunque no se explicita si de forma constitucional o sólo en la postura que tiene cuando recibe a Beck. Pero es llamativo que diga no que tiene las piernas muy abiertas sino los pies muy separados. ¿Tenía Sjöwall los pies separados? Ambas están en bikini y llevan gafas (de sol, Roseanna; y de bucear, Ari). Ambas tienen el cuerpo bronceado. Y de las dos se describe su cuerpo y su sexo minuciosamente, Roseanna en la autopsia y Ari en los encuentros con Beck. ¿Qué cuerpo de mujer describirían Per y Maj con más placer y conocimiento sino el de la propia Sjöwall?
- Ambas, Ari y Roseanna, están relacionadas con un barco. Roseanna con el barco donde es asesinada, y Ari en el barco “Libertad”, con el que hace un pequeño crucero por el Danubio con Beck.
- Beck se niega, un tanto bruscamente, a follarse a Ari. Y su despecho (“Encargaos de ese cerdo, y rápido”) provoca el intento de asesinato de él. ¿Es mucho imaginar a una Sjöwall de 30 años, ávida sexualmente, “cabreada” cuando a su marido, nueve años mayor, no le apetece? A Beck casi le cuesta la muerte. :-) Y ejecuta el intento de asesinato un hombre con el nombre de uno de los hijos de la pareja, Tetz. (“Papá, ¿es que no querías que naciera, o qué?”) Pudiera parecer irrespetuosa, esta reflexión, pero creo que es una prueba más del humor de los autores hacía sí mismos.
Errores en los datos de nacimiento del asesino o asesinado.
En “Roseanna”, del asesino se dice, primero, que ha nacido el 6 de julio. (p. 197) Luego, que el 6 de agosto. (p. 259) (Falta comprobar si es un error de traducción).
De la víctima de “El hombre que se esfumó”, que, en realidad, a los ojos de la policía y, con esta, del lector, es el malo de la novela, se menciona un error en el lugar de nacimiento que se luego corrige. Según un informe nació en Goteborg, pero según el definitivo, en Mölndal. Cuando va a decir dónde está empadronado, Beck salta y le dice a su compañero que no sea tan detallista. ¿Dónde estaba empadronado? ¿Donde lo estaban el padre de Wahlöö o el de Sjöwall?
Me pregunto qué relación tendrán estas fechas y lugares con los autores o con sus padres.
“El policía que ríe” (1968)
- Lo primero que me gusta es cómo invierten el problema clásico de: asesinato cometido en un lugar cerrado en el que hay varias personas y ¿quién es el asesino? (por ejemplo, “Roseanna” o “Los hombres que odian a las mujeres”); y lo transforman en: asesinato múltiple y simultáneo en un lugar cerrado (un autobús urbano) del que el asesino escapa y la pregunta es ¿cuál era la víctima? (la víctima principal). - De nuevo, el tema de la promiscuidad ligada al asesinato. No al inicial, el del autobús, sino el que subyace, el de una mujer, Teresa Camarao, 17 años antes, que es el que el asesino del autobús trata de ocultar. También de Teresa Camarao se dice que era ninfómana.
- Como en “El hombre que se esfumó”, el asesino trata de suicidarse. Pero, en este caso, no provoca simpatías.
- Especialistas en coches. Si en “El hombre que se esfumó” el asesino es un periodista especialita en motor, aquí también lo es otro asesino, en prisión, el que pone a Beck sobre la pista principal del que buscan y, precisamente por su conocimiento en coches. Y, al igual que en la segunda novela, provoca las simpatías de los policías. Mató a su mujer por lo insoportable que era esta. ¿Era el padre de Sjöwall o de Wahlöö un especialista en coches? ¿Lo era uno de ellos, Wahlöö o Sjöwall?
Entrevista a Maj Sjöwall
Es la gran dama de la novela negra nórdica. La “maestra” de Stieg Larsson y Henning Mankell. La autora que, con su marido, reinventó el género policíaco, entre 1965 y 1975, con diez novelas sobre una brigada de homicidios donde aireaban las vergüenzas de la socialdemocracia sueca. Y crearon escuela.
Maj Sjöwall no ha vuelto a escribir novela desde 1975, cuando publicó la última entrega del ciclo de Martin Beck (a excepción de una obra coescrita con el holandés Tomas Ross, en 1990). Pocos meses antes, su marido y coautor de la serie, Per Wahlöö, había muerto. Desde entonces, Sjöwall, de 74 años, se dedica a la traducción y a los relatos cortos. Y ello, a pesar de haber puesto el género policíaco patas arriba.
¿Por qué dejó de escribir novela en 1975?
Cuando Per murió, sentí que debía dedicarme a mis hijos, que todavía eran pequeños. Era un momento difícil para ellos, porque acababan de perder a su padre. Y escribir una novela exige mucho tiempo y concentración. No era lo más importante en mi vida. Y no haberles dedicado todo el tiempo que hubiera deseado durante los años anteriores me había creado cierta mala conciencia como madre.
¿En qué sentido?
Los meses de verano los enviábamos a una granja, en el campo, para quitárnoslos de en medio mientras escribíamos. Nosotros los echábamos de menos y ellos también a nosotros, pero, si no lo hacíamos, no podíamos cumplir el plazo de entrega.
¿Alguna vez se lo han recriminado?
Al contrario, se sienten muy agradecidos. Iban a unas granjas, que ya no existen en Suecia, en las que cuidaban de niños con problemas familiares o de drogas, y dicen que eso los ha formado mucho.
¿No le tentó volver a la serie de Martin Beck cuando ya eran mayores?
En absoluto. Ni ahora me considero una escritora profesional de novela negra, ni entonces, en esos diez años, nos considerábamos así ninguno de los dos. La serie de Martin Beck fue un proyecto que Per y yo acotamos a diez entregas en diez años. Simplemente, utilizamos este género para nuestros propios fines.
¿Cuáles eran?
A la serie entera la llamamos “Novela de un delito”. El delito era el engaño del sistema socialdemócrata a la clase trabajadora. Queríamos combinar el entretenimiento con la crítica de una sociedad que cada vez se vuelve más capitalista, más mercantilista y más inhumana. .
¿Lo consiguieron?
No puedes cambiar el mundo escribiendo libros. Pero conseguimos que el público se interesara por el trabajo policial, y que la policía se volviera más abierta a la sociedad y a la prensa. También conseguimos que mucha gente se aficionara a la lectura.
¿Cuál diría que ha sido su aportación a la novela policíaca?
Hasta entonces, la novela negra escandinava era más tipo Agatha Christie, con detectives muchas veces amateur. Nosotros quisimos hacer algo más realista, y con un héroe colectivo, todo un grupo de policías de la brigada nacional de homicidios, ciudadanos suecos medios, funcionarios al servicio de la sociedad, que simplemente cumplían con su trabajo.
Se dice que copiaron la idea del escritor estadounidense Ed McBain.
Él también lo pensaba. Y se enfadó mucho cuando nos concedieron el Premio Edgar Allan Poe en 1970, antes de que él lo hubiera conseguido. Fuimos los primeros escritores no americanos en ganarlo. Pero no lo conocíamos antes de empezar a escribir. Cuando empezaron a compararnos con él, sentimos mucha curiosidad por leerlo. Nos gustó mucho, se lo comentamos a la editorial, y tradujimos sus libros al sueco.
Si el héroe de sus novelas es colectivo, ¿por qué se las conoce como la serie de Martin Beck?
La editorial las llamó así por simplificar. Martin Beck era el jefe del equipo. Pero a Per y a mí nos gustaba mucho más uno de sus subalternos, Gunvald Larsson.
¿Por qué?
Era una especie de anarquista, un tipo solitario, esnob y algo brutal, que iba un poco por su cuenta y no le gustaba seguir las reglas. Esto le traía problemas con Beck, que debía cuidar de que sus policías no fueran saltando las verjas de las casas. Martin Beck era un tipo más bien aburrido.
Se identificaban más con Larsson que con Beck.
Larsson era nuestro ideal, porque, al igual que él, Per y yo habíamos roto con las familias burguesas de las que proveníamos, con padres de derechas, estrictos, que nos pegaban, padres que iban al trabajo mientras las madres se quedaban en casa.
¿De qué vivía su familia?
Mi padre era el director de un hotel con restaurante, en Estocolmo. Vivíamos en un apartamento en el piso de arriba. Desde pequeña percibí la distancia que separaba a los trabajadores fineses, que pelaban patatas todo el día, de sus jefes. Era como un barco. Mi padre era el capitán, el chef, con su sombrero alto, era el jefe de máquinas, y luego estaba la clase baja. Yo simpatizaba más con esta que con los jefes. En cierto modo, por eso ingresé en el Partido Comunista.
Donde conoció a Per Wahlöö.
Los dos trabajábamos en las publicaciones del Partido. Entonces me interesaba mucho la política. No era muy de mítines, pero mi corazón era de izquierdas. Me di de baja después de la Primavera de Praga. Cuando conocí a Per, él ya había escrito tres novelas, dos ambientadas en el fascismo español, y estaba escribiendo otra sobre Latinoamérica, “El encargo”. Yo participé en esta. Él escribía el grueso del texto, y yo rellenaba los huecos. Ahí me di cuenta de que quería escribir novelas.
Según su viuda, Stieg Larsson se sentía culpable por no haber tratado de impedir una violación por parte de sus amigos, a los 14 años. Me pregunto si también en su deseo de escribir no se escondía cierta culpa personal, tal vez relacionada con la colaboración de Suecia con los nazis en la segunda guerra mundial.
Mi padre fue oficial y, durante la guerra, admiraba a Hitler y no le gustaban los judíos. Por supuesto, yo pensaba que, si hubiera sido alemana, habría pertenecido a las Juventudes Hitlerianas. Ni Per ni yo nos sentíamos muy orgullosos de haber sido suecos durante la segunda guerra mundial. Pero no incluimos nuestros traumas personales o familiares en el texto. Estaban en nuestro inconsciente. Pero no de forma explícita en las novelas.
¿Como trabajaban en ellas?
Lo que más tiempo nos llevaba era concebir la trama y documentarnos. Hablábamos mucho sobre cómo reaccionarían los personajes, cuál era la relación entre ellos y su vida privada. Cuando pensábamos que ya teníamos una buena historia, escribíamos una sinopsis, con unas cuantas líneas sobre cada capítulo. Y, por las noches, nos sentábamos a la máquina de escribir, uno frente a otro. Cada uno escribía un capítulo. Si Per escribía el capítulo uno, yo escribía el dos. Al día siguiente, yo repasaba su parte y, él, la mía.
¿Les costó mucho unificar estilos?
Elegimos un estilo sencillo y periodístico, como el que empleábamos en las revistas. Y con humor. Tuvimos suerte porque no nos fue difícil desarrollar un estilo común que no fuera ni el de Per ni el mío.
¿Afectó la salud de Per a las últimas novelas?
Tres o cuatro años antes de morir, le diagnosticaron una infección en el páncreas, algo que entonces era incurable. Y pasó mucho tiempo en hospitales. Los dos últimos inviernos los vivimos en la Costa del Sol. Cuando Per salía de Suecia, dejaba de sentirse enfermo. El clima político sueco agravaba su estado. Incluso en la España de Franco se sentía mejor.
¿Cómo escribieron la última entrega?
Cuando la enfermedad se agravó, sabíamos que le quedaba muy poco de vida, y que esa sería su última novela. Decidimos que la escribiera él solo casi entera, para que dijera en ella todo lo que le quedaba por decir. Murió antes de que se publicara.
En esa última novela, “Los terroristas”, se anticipa el asesinato de Olof Palme.
Hubo, incluso, algún periódico que dijo: “¿estáis ahora satisfechos, con vuestro enemigo muerto?”. Pero en nuestras novelas nunca le pusimos nombre al primer ministro. Semanas después del asesinato, un periódico danés tituló: “¿Dónde está ahora Martin Beck?”
De haber estado, ¿hubiera conducido mejor las pesquisas?
No hubiera cometido tantos errores, ni borrado tantas pistas para descubrir la trama real. Porque no me creo que fuera ese alcohólico drogadicto al que inculparon. Fue algo más complejo. Como la delincuencia actual, que es una delincuencia organizada, internacional y económica. Nunca ves al verdadero criminal. Y es aburrido escribir sobre ella. Por eso el público sigue prefiriendo al héroe que persigue al asesino y lo captura.
¿Da la talla la heroína de moda, Lisbeth Salander?
He leído la primera novela de Stieg Larsson por saber de qué habla la gente, pero no me ha gustado. Y especialmente por su protagonista, Lisbeth Salander. No es un ser humano. Parece más una mujer de película americana de ciencia ficción, tipo Barbarella, o un personaje de cómic.
¿Llegó a conocer a Larsson, personalmente?
No supe nada de él hasta que se hizo famoso, de repente, después de su muerte.
¿Y a Henning Mankell?
Lo conocí una vez, hace años, cuando le entregué el premio de la Academia Sueca de Escritores de Novela Negra. Entonces dijo que nunca habría empezado a escribir si no hubiera leído “Roseanna” (la primera novela de Martin Beck). Pero ahora ni siquiera me saluda. Se ha vuelto tan rico, tan famoso y tan esnob que ya no me habla. Es ridículo.
La fama lo ha cambiado.
Desde que está casado con la hija de Ingmar Bergman, dirige un teatro en Mozambique y posee casas por todas partes piensa que es un escritor muy muy importante. Y no es así. Sus primeros libros me gustaron, pero luego se ha vuelto muy aburrido, sin sentido del humor.
Quien sí le gusta más que Mankell o Larsson es la noruega Anne Holt.
Estoy traduciendo una serie de novelas policíacas suyas. Como lectora de una editorial, me pidieron una opinión sobre ella. Me pareció interesante y diferente que su detective fuera lesbiana.
¿Está especializada en traducir novela negra?
Es lo único que traduzco. Del inglés, del danés y del noruego.
¿No es un poco paradójico? Porque los relatos que publica en revistas, ¿también pertenecen a este género?
Suelen ser humorísticos. O para niños. Me gusta divertir y hacer reír a la gente, no escribir cosas serias. Lo de traducir novela negra es por las editoriales. Cuando quieren lanzar la obra de un nuevo autor noruego o danés, quieren que mi nombre aparezca junto al suyo, porque soy conocida y vende más.
¿Qué le gustaría, en realidad, traducir?
Teatro moderno. Estaría fenomenal, pero nadie me lo pide. Harold Pinter, por ejemplo. No sé si sería buena, pero me encantaría traducir diálogos. Me gusta retratar y conocer a la gente por la forma en que usa la lengua.
Será entonces cinéfila.
Mucho. Veo, sobre todo, cine sueco. Tenga en cuenta que dos de mis hijos trabajan en el mundo del cine, como jefes de los equipos eléctricos.
¿Alguna recomendación?
Sí, evite las películas de Ingmar Bergman. Son muy aburridas.
El ciclo de Martin Beck. “Novela de un delito”.
Quisieron “utilizar la novela policíaca como un bisturí que abriera la tripa del ideológicamente depauperado y moralmente discutible estado llamado del bienestar de tipo burgués”, según Per Wahlöö. Pero Sjöwall y él hicieron mucho más: crearon la novela negra social.
Las novelas
La primera: “Roseanna” (1965) Una joven es asesinada en un barco de turistas. Las fotos del día del asesinato son clave para identificar al asesino, como en la primera novela de Stieg Larsson.
La de más éxito: “El policía que ríe” (1968). Nueve personas son asesinadas en un autobús urbano. ¿Cuál era la víctima? Ganó el Premio Edgar Allan Poe americano de novela de misterio. Hollywood la adaptó al cine, con Walter Matthau de protagonista.
Una de las preferidas de Sjöwall: “La habitación cerrada” (1972). Por la solución al caso. Martin Beck trabaja solo.
El resto: “El hombre que se esfumó” (1966), “El hombre del balcón” (1967), “El coche de bomberos que desapareció” (1969), “Asesinato en el Savoy” (1970), “Un ser abominable” (1971) “Muerte de un policía” (1974) y “Los terroristas” (1975).
Los protagonistas
Martin Beck. Jefe del equipo policial. Fumador y algo depresivo. Se separa de su mujer a mitad de la serie. El Kurt Wallander de Mankell recuerda a él.
Lennart Kollberg. El opuesto de Beck. Feliz con su pareja. Sibarita. Culto.
Frederick Melander. El Mr. Chip del equipo.
Gunvald Larsson. El que no sigue las reglas. Y el preferido de sus autores.
Einar Rönn. El “psicólogo” del grupo.
Kristiansson y Kvant: Los Hernández y Fernández de la brigada de homicidos de Estocolmo.
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