Remando en polisíndeton
"Me acuerdo de ti" (Robe Iniesta)
martes, 25 de noviembre de 2008
La tumba de Gengis Khan. Una hipótesis
Gengis Khan murió en agosto de 1227, hace casi 800 años. El imperio mongol que fundó ha sido el más grande de la Historia en tierra firme. El lugar donde fue enterrado constituye un enigma histórico. Cuenta la leyenda que, para cumplir su deseo de que nunca fuera descubierto, sus hijos hicieron que mil jinetes galoparan sobre su tumba, y fueran luego ejecutados por ochocientos soldados que, a su vez, corrieron la misma suerte.
Lo que sigue a continuación es el relato de una tarde mágica en Mongolia en la que, no es disparatado decir, estuvimos, pudimos estar, en la tumba de Gengis Khan, y los argumentos que apoyan mi hipótesis.
(FOTOS: Eugène Dubius Urguri: arriba y medio: la Roca del Halcón; abajo, las tumbas junto a la Roca)
Acompañado por unos amigos, el escritor Eisenbach Sumendi Ridentem y el traductor Eugène Dubius Urguri, visitaba recientemente algunos de los lugares que reclaman para sí el honor de albergar en sus inmediaciones la tumba del caudillo asiático, un enigma histórico de primera magnitud que se resiste, desde su muerte en 1227, a la profanación tecnológicamente infalible de la moderna arqueología cuando, como al final de una entrevista, nuestro interpelado, el paisaje sin léxico de esa vasta pradera que es la región centro-oriental de Mongolia, se abrió de súbito en canal rompiendo el sosegado traqueteo documental de nuestro viaje.
Camino de la montaña sagrada de los mongoles, Burjan Haldún, hoy conocida como Han Henti, uno de esos enclaves donde varias leyendas e historiadores sitúan los restos del gran khan, hicimos parada y fonda junto a otro lugar que figura a la cabeza de todas las apuestas, las ruinas de Avraga, la primera capital del imperio de mongol, descubierta en 1992 con radares, gpeses y un despliegue tecnológico sin precedentes, por un equipo de arqueólogos japoneses.
Nos alojamos en un complejo turístico de gers, las tiendas de fieltro tradicionales de los pueblos nómadas centroasiáticos, y habitáculo preferido de los mongoles. Nuestro "hospedero", propietario de cinco de estas tiendas, era un hombre entrado en la cincuentena, con aspecto de jefe "sioux", tocado con un sombrero de "cowboy" y parco en palabras. Se llamaba Dastunduk. Y había hecho buenas migas con Kamba, el conductor del nuestro "jeep". Ambos eran rudos hombres de campo, hijos de un nomadismo ancestral y diestros cazadores. Dastunduk había sido, además, el gobernador del distrito de Delgerhan, la pequeña población en cuyo territorio se encuentran las ruinas de Avraga.
Pasamos la mañana en las ruinas de la antigua capital, a unos kilómetros del complejo turístico. No había mucho que ver. Un monolito vallado conmemora el 750 aniversario de la "Historia Secreta de los Mongoles", la biografía oficial de Gengis Khan, redactada en este mismo lugar inmediatamente después de su fallecimiento, tras reunirse sus descendientes para decidir quién lo sucedería, y hallada a finales del siglo XIX. El monolito marca las ruinas descubiertas por los japoneses, que, siguiendo el mandato del gobierno de Mongolia, volvieron después a sepultarlas. A pocos metros, una veintena de turistas nativos rellenaban sus botellas de plástico en una fuente del "vichy catalán" del Henti, aguas sulfurosas, gaseosas, a la que se atribuyen propiedades curativas y afrodisíacas desde tiempos inmemoriales, de las que, por supuesto, bebimos.
Dastunduk conocía bien el lugar. En calidad de gobernador del distrito, había sido el guía de la expedición japonesa. Pero, además, en su primer trabajo, en los años sesenta, había participado allí en las excavaciones del ya fallecido Khudun Perlee, la gran figura de la arqueología mongola del siglo veinte y máxima autoridad mundial en Gengis Khan. El equipo japonés no hizo sino seguir sus hallazgos.
Preguntamos a Dastunduk si sabía dónde podía hallarse la tumba de Gengis Khan. Pero nuestro guía dijo no saber nada.
De regreso a la “suite” de nuestro ger, Kamba decidió que el día, soleado y primaveral, era óptimo para practicar una de sus actividades favoritas: la caza de la marmota. Una actividad, por otro lado, prohibida, por el riesgo de contraer la peste bubónica. Por la tarde, siguiendo las indicaciones de Dastunduk, también aficionado a la caza de este simpático roedor que puebla las praderas mongolas, y sobre el que existen un sinnúmero de leyendas, nos dirigimos con el "jeep" a unas colinas próximas, leves pliegues de esa llanura interminable que es el centro de Mongolia, siguiendo un arroyo, por un valle llamado Ustiim Am (el Valle de la Boca de Agua). Dastunduk se unió a la partida.
No tardamos en ver a las alegres marmotas disfrutando de la tarde y correteando ufanas para ocultarse en sus madrigueras de nuestra sospechosa presencia. Pero un conejo, menos precavido que sus "hermanastras", se nos quedó mirando, a pocos metros del "jeep", curioso ante los inusuales transeúntes,. Kamba detuvo el vehículo. Bajó la ventanilla, pidió su escopeta, apoyó el arma sobre el borde superior del cristal y, de un certero disparo en la cabeza, mató al animal. Todos bajamos pensando que, además de marmota, la cena del día incluiría manjares más familiares. Pero nada más lejos de las intenciones de nuestro conductor. Cuando llegamos al animal, este todavía agonizaba, dando sus últimos estertores. Kamba sacó su machete, le abrió el tórax, extrajo con la mano su corazón y , ante nuestras atónitas miradas,... ¡se lo comió!
- ¿Por qué?, le preguntamos.
- Es bueno para el corazón, respondió Kamba, con la sangre del conejo en los labios, y golpeándose el pecho con el puño para reforzar el significado de su acción.
Pero el significado de su acción encerraba algo más que un afán reconstituyente. Con su gesto, violento para nuestra mentalidad urbanita, Kamba nos había iniciado en su percepción del mundo, arrojándonos, de golpe, a su terreno de hombre de las praderas, heredero de la tradición ancestral y chamánica que dominó Centro Asia mucho antes de la llegada del budismo, y que, aún hoy, persiste abierta o soterradamente. Comiéndose el corazón latiente de su presa, tomando sus poderes, Kamba había rasgado el velo de la tarde, que ahora se abría ante nosotros como el espíritu de un animal recién sacrificado, en un tiempo netamente distinto, que provocaba vértigo, en el que iniciábamos un viaje sin retorno al reino en que realidad e irrealidad, magia y epistemología, se trastocan y confunden.
Cazar marmotas no es difícil. Al menos para Kamba. La forma de cazarla imagino que habrá sido la misma desde tiempos remotos. Sólo que, entonces, con caballo y flechas, y, hoy, con jeep y escopeta. La técnica es muy sencilla. Uno pasa con el jeep por una zona de marmotas, la marmota se esconde en su agujero al paso del vehículo y este pasa de largo, como haciendo caso omiso, para detenerse unos metros más allá. El cazador se aposta, tumbado, a unos diez o quince metros del agujero, apuntando al lugar que ocupará minutos después la cabeza de la marmota cuando, confiada, piense que ya ha pasado el peligro. Y, cuando vuelve a sacarla,... ¡pum!. Ya tenemos "marmotako".
Bueno, en realidad, el plato típico de los nómadas mongoles se llama "boodog". Y para cocinarlo es importante hacer diana en la cabeza del animal y no en otra parte de su cuerpo. ¿La receta? Se corta la cabeza de la marmota y se la vacía, por el cuello, de carne, huesos y vísceras, se retiran la mayor parte de estas, para, luego, volver a rellenar la piel alternando piedras al rojo, calentadas con boñigas de ganado, y la carne extraída. A continuación se cierra el cuello con un alambre y, con un soplete, se quema el pelo y la dermis, que va soltando su grasilla, hasta tostarla. Cada cierto tiempo se abre un poco el alambre del cuello para dejar escapar el humillo que abomba su interior. Pasada cerca de una hora, la carne ya está lista. Se corta con un cuchillo el abdomen de ese balón hinchado en que se ha convertido el animal y... lista para comer.
La cabeza desollada de la marmota, colgada de un poste, presidía nuestro banquete con un rictus siniestro. Como advirtiéndonos de la necesidad del ritual previo a la ingestión de sus "poderes". Y así lo hicimos. En círculo, hermanados en el festín totémico, bebimos el caldillo oscuro que supura del interior del "boodog", como si del espíritu de animal se tratara. Luego, Kamba abrió una botella de whisky, lo vertió en el cuenco, y todos los presentes, antes de beberlo, mojamos en él nuestro dedo anular para ofrendar sendas gotas a los espíritus del Cielo, la Montaña y el Río, lanzándolas arriba, a un lado y a nuestra espalda.
La tarde se había sumergido un escalón más en el vórtice de lo chamánico que rige la relación sabia, directa y respetuosa con la madre naturaleza de estos pueblos, tan diferente del peligroso desprecio por ella que se estila en las modernas metrópolis civilizadas. Para Kamba, para Dastunduk, para los antiguos mongoles, la naturaleza entera está investida de lo sagrado. Ese era el terreno en que nos adentrábamos.
Metidos ya en tragaderas, tomamos, para acompañar, cebollas silvestres y, de postre, ruibarbo, ambos recogidos in situ. Los riñones de la marmota, descartados del "boodog" porque, de acuerdo con una antigua leyenda, son riñones humanos, se los comió Dastunduk,crudos, en un acto de incuestionables reminiscencias caníbales. La verdad, lo que es el "boodog", a mí me supo a poco más que carne ahumada. Y la piel, gruesa y grasosa, preferí no probarla. Pero, para los mongoles, es toda una delicatessen.
Terminado el festín, en avanzado estado de embriaguez, etílica y de sensaciones, montamos en el jeep dispuestos a iniciar el camino de regreso. Pero la tarde nos deparaba otras sorpresas. Y, al poco de arrancar, Dastunduk, nuestro "posadero", cruza unas palabras con el conductor y le hace variar el rumbo para internarnos más aún entre las lomas.
- ¿A dónde vamos?
- Quiere llevarnos a la tumba de Gengis Khan, respondió Kamba, él mismo sorprendido.
Proseguimos próximos al riachuelo hasta apartarnos paulatinamente de él, siempre entre pequeñas colinas, algunas, apenas promontorios, hasta que llegamos a un pequeño valle, al final del cual se alzaba una roca singular.
- ¡Un águila!, exclamó Eugène.
- Es un halcón, lo corrigió Dastunduk.
Efectivamente, la roca tenía la forma perfectamente definida de una rapaz que apoyaba su pico sobre otra roca vecina. Y, para los mongoles, la rapaz por excelencia es el halcón. Por encima del águila, por ser más rápida, más bella y más valiente, porque ataca incluso al hombre. Y, como tal ocupa el lugar preeminente en el panteón de los chamanes.
Bajamos del jeep como si pisáramos la luna. Subimos a la roca, la tocamos, la palpamos, y corrimos a ladera del montículo, a la sombra del halcón. Allí estaban las tumbas. Eran cuatro. Cuatro espacios rectangulares delimitados por piedras. Uno más grande, que medía unos quince por diez metros. Y otros tres, al lado y unos metros más allá del principal. Ni túmulos, ni signos funerarios. Haciendo gala de la austeridad proverbial y atestiguada del gran guerrero nómada, fiel a las costumbres inhumatorias de su pueblo: un pozo profundo en el que se introduce al finado y sus pertenencias, y sobre el que galopan los caballos hasta borrar toda huella. La tierra lisa, limpia y llana, como si allí no hubiera pasado nada.
"¡Sí!", pensé. "¡Esta es la tumba de Gengis Khan!". Junto, tal vez, a las de otros khanes o altos mandatarios. La intensidad del momento, acumulada a lo largo de toda la tarde, que, definitivamente rota, abierta en canal, tórax y abdomen, había estallado liberadora con esta revelación inesperada y generosa del viejo jefe "indio", nuestro guía, nos había transportado a un sentimiento de irrealidad absoluta. Porque, aquello, no era real. No podía serlo. ¿Dónde estábamos? Los tres, Eisenbach, Eugène y yo, habíamos leído muchos libros sobre Gengis Khan. Sobre su muerte, sobre su tumba. Conocíamos los intentos que se habían hecho por descubrirla. Infructuosos todos ellos, porque dar con la tumba de Gengis Khan en esa inmensidad de desiertos, praderas oceánicas y elevaciones montañosas de anchas laderas que es Mongolia, por mucho que se acote, es una empresa poco menos que imposible, alucinada y delirante. Podría estar en cualquier sitio. Eso, sin contar con que hasta siete lugares reclaman dicho honor. Y en puntos muy distantes. Algunos, incluso, fuera de Mongolia, en China o en Siberia. Uno está, por completo, a merced del destino. Y nunca, por todo ello, hubiéramos imaginado estar allí. Y, sin embargo, aquel era el lugar. Refrendado por un hombre, un viejo jefe "indio", Dastunduk, encontrado al azar, por esas cosas que tiene el destino, pero que conocía como nadie aquella zona de Mongolia, el Henti, el reino primigenio de Gengis Khan. Y, lo que es más, conocía los esfuerzos arqueológicos por encontrar su tumba, y a sus protagonistas, de primera mano. Pues él mismo había participado y sido, más tarde, el guía de aquellas intentonas. Y refrendado por aquella tarde, aquel movimiento en tres tiempos hacia... ¿Hacia dónde? Hacia el mismo corazón de nuestro viaje. No me cupo en esos momentos ninguna duda. Aquella era la tumba de Gengis Khan. Aquel era el lugar por el que mil jinetes galoparon y fueron, acto seguido, ejecutados. Increíble. Pero cierto. ¿Dónde estábamos? ¿Dónde diablos estábamos? Y no era cosa del whisky. Chino, por lo demás.
Apenas llevábamos diez o quince minutos recreándonos sobre la tumba principal, cuando Kamba nos gritó que teníamos que irnos. Así se lo había pedido Dastunduk, cuyo semblante reflejaba cierto gesto de duda. Como si se arrepintiera un poco de habernos llevado hasta allí.
- Ningún extranjero ha estado aquí. Y muy pocos mongoles, nos confesó Dastunduk mientras subíamos al jeep.
Regresamos al ger en silencio. Nada quedaba ya por ver. Nada que hacer en Mongolia. El viaje a la montaña sagrada de Burjan Haldún había perdido ya todo su sentido. Nada encontraríamos allí que no acabáramos de ver. Y de sentir.
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¿Estuvimos realmente en la tumba de Gengis Khan? Varios argumentos, ya de vuelta a la lógica inexorable de la cientificidad moderna, apoyan esta tesis.
En primer lugar, la afirmación de Khudun Perlee, máxima autoridad sobre el tema, de que se encontraba en ese lugar. Bien que su intuición no pudiera ser confirmada. Pues el gobierno mongol se cuidó muy mucho de no permitirle excavar allí, lo que, por otra parte, refuerza el acierto de su aseveración.
Pero, ¿por qué Perlee, no temía equivocarse señalando aquel lugar? Porque Gengis Khan era el halcón por excelencia. Para empezar, era el jefe del clan de los Borjiyin, cuyo animal totémico era el halcón. Según la leyenda, su ancestro y fundador del clan, un tal Bodonchar, se encontró un día con una de estas rapaces y la adiestró para cazar, inaugurando así entre los mongoles el arte de la cetrería.
Pero, además, su biografía, la "Historia Secreta de los Mongoles", escrita con el caudillo in sepulto todavía caliente, se refiere varias veces a Gengis Khan como el halcón. La primera, cuando, a los nueve años, acude, junto a su padre, a pedir la mano de la niña que habría de ser su esposa. El padre de esta había tenido un sueño premonitorio la noche anterior: un halcón volaba hasta él y le ofrecía el sol y la luna, que portaba en sus garras. Lo que interpretó como signo inequívoco de que Gengis Khan, o Temujin, su verdadero nombre antes de ser coronado khan, era el halcón que ante él se presentaba. Y no se trataba de un halcón cualquiera, sino del que, con poder absoluto sobre los astros del Cielo, el dios de los mongoles, llegaría a ser el gran rey de todas las tribus.
Su madre también lo comparó con un halcón. Después de que Temujin matara, siendo niño, a su hermano pequeño. Desesperada, lo acusó de ser "como un halcón atacando a su propia sombra".
Incluso sus enemigos. Uno de los cuales lo define, en la misma "Historia Secreta", como un "halcón hambriento". De poder, de guerra, de gloria. E invencible.
El halcón es, pues, la representación y el símbolo mismo de Gengis Khan. Y como tal lo lucían las banderas del imperio mongol, que no era sino una prolongación del imperio de su propio clan.
Es por ello que Gengis Khan eligió para su descanso eterno aquel lugar, marcado por la sacralidad natural y pétrea de su deidad protectora, su emblema, su tótem y su propia forma de ser. Un lugar, por lo demás, escondido, entre lomas, fuera de las rutas de los ganaderos nómadas, de las caravanas, del paso de los ejércitos, incluso libre de cazadores, que fácilmente satisfacen sus ansias depredatorias en las proximidades de la gran pradera que se extiende junto a Avraga. Un lugar secreto. Lejos de las miradas que pudieran despertarlo de su último sueño en enclaves más expuestos y frecuentados como el otro gran candidato que los expertos apuntan como sitio del enterramiento, la montaña sagrada Burjan Haldún, en la que, aún hoy, siguen celebrándose ritos chamánicos.
Por otra parte, no sólo Khudun Perlee apuntó a la zona de Avraga como el emplazamiento de las perseguidas reliquias. El investigador principal de la mayor expedición arqueológica que hasta la fecha ha intentado encontrarla, el japonés Namio Egami, dice en su informe que "es casi seguro que la tumba de Gengis Khan se encuentra en el área de Avraga". Y, en 2004, otro japonés, el arqueólogo Noriyuki Shiraishi, concluyó que la tumba de Gengis Khan se encontraría en un radio no superior a doce kilómetros de un mausoleo descubierto en la primera capital de los mongoles.
Puede que pasen varias generaciones hasta que se excave el lugar que visitamos. Puede que nunca se lleve a cabo tal excavación. Los mongoles, y su gobierno, particularmente, son muy celosos de su historia, de sus tradiciones, y, sobre todo, de salvaguardar el deseo postrero del líder que los encumbró, al que veneran casi como a un dios. Según una antigua profecía, si se abriera la tumba de Gengis Khan, la nación entera desaparecería. El gran emperador quiso que su tumba nunca fuera hallada. Y, tal vez, sea mejor así. Que los demonios reposen sin ser molestados en sus moradas subterráneas. Que el halcón fiero, indómito e invencible que un día aterrorizó al mundo, nunca más vuelva a remontar su sanguinario vuelo.
El artículo precedente fue rechazado por muchas revistas (Sólo le pareció interesante al subdirector de “Más allá”) Así que lo reescribí para venderlo con motivo del estreno de la película “Mongol”, de Sergey Bodrov, como percha. Este es el artículo reescrito:
“LA TUMBA DE GENGIS KHAN”
A finales de agosto de 1227, el séptimo mes del Año del Cerdo según el calendario mongol, el rey de Xia del Oeste, Zhao Xian, rendía sus armas ante el hombre más poderoso del planeta, el emperador de los mongoles, Gengis Khan.
Según lo estipulado, Zhao Xian se presentó en el campamento mongol con estatuillas de oro de Buda, hombres, mujeres, camellos, caballos y otros presentes, todos en número de nueve, una cifra sagrada para sus vencedores.
Pero Gengis no salió a recibirle. Se sentía indispuesto y permaneció oculto tras las cortinas de su tienda imperial durante toda la ceremonia. Zhao Xian confiaba en que a él y a sus súbditos se les perdonara la vida. Tres días después fue ejecutado; su pueblo, los tanguts, exterminado; y el ejército mongol regresó a casa. Misión cumplida. En el camino de vuelta, Gengis Khan murió.
O eso cuenta la historia oficial de los mongoles pero… ¿No estaría ya muerto cuando el rey tangut se presentó en su campamento?, se preguntan los historiadores. ¿No querrían, los generales de Gengis, mantener su muerte en secreto ante el rey enemigo, y por ello estuvo ausente durante la rendición?
Ochocientos años después, la muerte de Gengis Khan sigue siendo un enigma. Como su funeral. Como el lugar donde está enterrado.
Según la “Historia Secreta de los Mongoles”, escrita poco tiempo después de que muriera, cuando preparaba su campaña militar contra los tanguts, Gengis cayó de su caballo en una cacería. Las heridas le provocaron mucha fiebre. Y su mujer, Yesui, que lo acompañaba en la expedición, reunió en asamblea a los generales para decidir si en esas circunstancias era oportuno atacar. Los generales decidieron aguardar a que se restableciera. Pero en cuanto el khan conoció su decisión, se mostró disconforme. “Si ahora regresamos, los tanguts nos tendrán por cobardes”, dijo.
Finalmente, para ganar tiempo, enviaron un emisario al rey tangut. Su respuesta acalló todas las dudas. “Si queréis pelea, venid a buscarla”, le espetó el comandante de sus tropas. La suerte estaba echada. La de su enemigo… y la de Gengis, que, enfermo, al frente de su ejército, murió en aquella campaña. Razón por la que, antes de morir, decretó que se exterminara al pueblo tangut y que en todos los banquetes se celebrara “cómo los hicieron desaparecer de la faz de la tierra”.
Pero existen muchas otras versiones sobre cómo murió: de una pneumonía o de fiebres tifoideas contraídas en una de las ciudades tomadas en la guerra contra Xia del Oeste; alcanzado en plena batalla por una flecha tangut con la punta envenenada,…
Otra de las más extendidas cuenta que fue asesinado por la reina de los tangut, Gurbelchin. Tras la ejecución de su esposo, pasó a ser propiedad de Gengis y, cuando este la llevo a su lecho, ella, en venganza, se puso unas pinzas metálicas en la vagina que provocaron una hemorragia mortal al emperador. Luego se suicidó arrojándose al río Amarillo, que los mongoles aún conocen como el río de la Reina.
Algo parecido sucede con el lugar en que murió. La “Historia Secreta” dice que camino de sus tierras, desde el reino vecino de Xia, al sur de Mongolia, cerca del río Amarillo. Pero otras tradiciones apuntan a que fue en las montañas de Liupan, en China, donde pasó su último verano.
La siguiente cuestión es qué se hizo con su cadáver. La “Historia Secreta” no dice nada, ni de su funeral, ni de su tumba. Desde el primer momento, ambos se convirtieron en un secreto de estado.
La tribus mongolas enterraban a sus jefes en un profundo agujero, para que nadie pudiera encontrarlos. Pero, en el caso de Gengis, se extremó el ritual. Según la leyenda, mil jinetes cabalgaron sobre su tumba, siendo asesinados por soldados que, a su vez, fueron ejecutados.
Los mongoles enterraban a sus jefes con apenas su armadura y sus armas, pero, para los buscadores de tesoros, la tumba de Gengis Khan estaría repleta de riquezas. Es probable, además, que reposen junto a él su hijo Ogedei y su nieto Kublai, lo que convertiría el lugar en un auténtico Valle de los Reyes mongol. Por ello, especialmente tras caída del comunismo en Mongolia, su localización se ha convertido en un verdadero grial para estudiosos, arqueólogos y aventureros.
Los historiadores barajan dos hipótesis principales: en un lugar próximo a donde murió, en la actual China, y en la región donde nació, en Mongolia, en cuyo caso, el cortejo fúnebre habría cubierto una distancia de unos 1.600 kilómetros.
Ambas tradiciones han convivido durante siglos. En 1920, dio lugar a una encendida controversia entre dos grupos de investigadores chinos, cuya síntesis se recoge en la obra ”Argumentaciones y pruebas en torno a la tumba de Gengis Khan”, de Zhang Weixi y Wu Jin. Este último concluye que la tumba se encuentra en Mongolia, al sur de los montes Henti. (ver “Historia secreta de los mongoles”, edición de Laureano Ramírez Bellerín).
Los defensores de la hipótesis “china”, argumentan la inconveniencia de trasladar un cadáver en estado putrefacción, intensificado por el calor del verano, durante semanas, desde el norte de China hasta el norte de Mongolia. Lo más probable, deducen, es que fuera enterrado cerca de donde murió, y lo que transportaran hasta su región de origen fueran sus reliquias.
Así, un lugar donde podría encontrarse es en la meseta de los Ordos, en la provincia china de Mongolia Interior, en la ruta hacia Mongolia.
Según una leyenda, Gengis, en un viaje anterior por esta región, se detuvo en un lugar que le pareció especialmente bello, e indicó a sus lugartenientes que allí le gustaría ser enterrado. A su muerte, en una tumba adyacente, se enterró una cría de camello que encontraron pastando, en las cercanías, junto a su madre, por la creencia popular de que los camellos hembra tienen muy buena memoria. Cada primavera, se liberaba a la madre, que regresaba al lugar donde yacía su cría. Pero, con el tiempo, el lugar exacto se olvidó.
En los Ordos, cerca de la localidad de Dongsheng, existe un mausoleo en el que, al menos, desde el siglo XVII, se veneran las reliquias del caudillo mongol como a un buda o una deidad.
El edificio actual, construido en 1956, consta de tres cúpulas, y conjuga la arquitectura budista con la forma de los gers, las tiendas mongolas. Pero, durante siglos, fue un conjunto de tiendas (“ordo” significa tienda-palacio, en mongol) en las que se guardaban el arco y el carcaj de Gengis Khan, su silla de montar, el cubo en el que recogió la leche de 99 yeguas antes de iniciar la campaña contra los tanguts y un ataúd que, según el mongolista Owen Lattimore, que visitó el lugar en 1935, se decía que contenía restos de sus huesos y cenizas. Pero Lattimore observó que el ataúd tendría, a lo sumo, trescientos años, y las reliquias eran dudosas.
En 1939, por la invasión de China por los japoneses, las reliquias fueron trasladadas a la provincia de Yennan, al oeste. Tras la victoria comunista, regresaron a su emplazamiento original. Pero, en 1968, durante la Revolución Cultural, los guardias rojos las destruyeron. Sólo se salvó la silla de montar.
Otro posible emplazamiento en territorio chino sería la cordillera de Liupan, en la provincia de Gansu, al oeste de Mongolia Interior. Según la “Historia Secreta”, allí pasó su último verano, aunque no deja claro si fue el del año de su muerte o el del año anterior.
El escritor John Man, que visitó la zona en 2002, recoge la tradición local de que Gengis murió en el Parque Forestal Estatal de Liupan, cerca de las ruinas de la antigua ciudad de Kaicheng, donde Kublai Khan estableció un cuartel general. Man sugiere que pudo ser allí donde cayera de su montura, o que buscara curarse en esta zona por la fama de sus plantas medicinales. Según él, en Kaicheng pudo tener lugar la rendición del rey de Xia del Oeste.
Por último, en 2000, el arqueólogo chino Zhang Hui afirmó que su equipo había encontrado “la auténtica tumba” de Gengis Khan al norte de la provincia china de Xinjiang, cerca de la frontera con Mongolia y de la cordillera de los Altai. Un comunicado a la que la comunidad arqueológica internacional no ha dado mucho crédito.
En realidad, para la mayoría de los estudiosos, la hipótesis más plausible es que la tumba de Gengis Khan se encuentre en Mongolia, en la zona en la que creció, la actual provincia del Henti. ¿La razón? Parece improbable que enterraran el cuerpo de su líder, ya entonces de naturaleza divina, en territorio enemigo, por mucho que acabaran de conquistarlo.
Sobre el cortejo fúnebre que transportó su cuerpo existen numerosas leyendas. Una dice que un carromato cargado de pescado acompañaba al que llevaba sus restos, para evitar que el olor lo delatara. Otra, que recoge Marco Polo, dice en los cortejos fúnebres de los khanes mongoles se ejecutaba a todo ser vivo que se cruzara en su camino.
Según la “Historia Secreta”, Gengis Khan creció y se forjó como líder en la actual provincia de Henti, entre los ríos Onon, donde nació, y el Herlen. Y la montaña sagrada de los mongoles, Burjan Jaldún, un lugar muy querido para él porque allí se escondió de sus enemigos tres días siendo joven, parece el lugar más probable de su enterramiento, según diversas crónicas. En especial, la del persa Rashid al-Din, del siglo XIV, quien cuenta cómo un tataranieto de Gengis, Kamala, recibió el honor de custodiar el “Recinto Prohibido” de Gengis Khan en Burjan Jaldún.
Las principales expediciones arqueológicas para encontrar la tumba se han realizado tras la caída del comunismo en Mongolia, en 1990. Durante el período comunista, el nombre de Gengis Khan fue prohibido. Los rusos lo consideraban un destructor de culturas y temían que su figura revitalizara el nacionalismo mongol.
Así, en 1962, el profesor Temurochir fue expulsado del partido comunista por promover una estatua del gran khan y organizar un simposium sobre él con motivo del 800 aniversario de su nacimiento. Y su alumno aventajado, Khundun Perlee, la principal figura de la arqueología mongola de mediados del siglo XX y máxima autoridad sobre Gengis Khan, fue encarcelado.
Sin embargo, el gobierno no pudo evitar que muchos mongoles siguieran celebrando ritos en su honor, ni que algunos arqueólogos continuaran investigando. Así, en 1961, Perlee había acompañado al profesor alemán oriental Johannes Schubert, de la Universidad Karl Marx de Leipzig, a la cordillera del Henti, cuya cumbre más alta, Han Henti (2.632 m.), se identifica con la mítica Burjan Jaldún.
Perlee condujo a Schubert por la montaña y le mostró varios grupos de “ovoos”, troncos en forma de tipi adornados con banderolas con que los mongoles que marcan lugares sagrados, así como varios sitios con restos de cerámica. En una zona llana, con muchos agujeros llenos de rocas, los mongoles del equipo se postraron. Schubert concluyó que aquella era la mítica Burjan Haldún y que en esa zona debía de encontrarse la tumba.
En 1997, el investigador australiano Igor de Rachewiltz, siguió los pasos de Schubert y llegó a los mismos lugares. Pero descartó que los agujeros fueran tumbas, y dedujo que Gengis Khan fue posiblemente enterrado en la ladera sur o sureste de la montaña.
Por su parte, la catedrática de Antropología de la Universidad de Ulan Bator, la doctora Tumen, es escéptica respecto a que Han Henti sea Burjan Haldun. “No se sabe qué montaña es Burjan Haldún. Actualmente, existen ocho posibles candidatas”, afirma.
La otra zona en la que podría estar la tumba es en las cercanías de la primera capital de los mongoles, Avraga, descubierta por la expedición japonesa “Los Tres Ríos” (1990-1993).
Con tecnología capaz de detectar estructuras arqueológicas sin necesidad de excavar, y siguiendo las hipótesis de Perlee, localizaron Avraga a orillas del Herlen, en el distrito de Delgerhan, en la provincia de Henti. Tras estudiar las ruinas, volvieron a enterrarlas por orden del gobierno mongol, y hoy se alza allí un monolito conmemorativo.
A finales de los años 90, entra en escena el Indiana Jones de esta historia, el abogado de Chicago Maury Kravitz, un apasionado de Gengis Khan que ha dedicado su fortuna a encontrar la tumba. Con la colaboración de la Universidad de Chicago, halló en la muralla de Almsgiver, cerca del río Onon, un antiguo cementerio, pero los restos eran anteriores a Gengis.
En 2001, los japoneses volvieron a la carga con la expedición “Nuevo Siglo”, que excavó, de nuevo, en Avraga. Y en 2004, el director del equipo, Shinpei Kato, anunció que habían encontrado el mausoleo de Gengis Khan y que su tumba se hallaría en un radio de 12 kilómetros, ya que, según un antiguo texto, que no cita, los encargados del mausoleo iban y venían de ella a diario para celebrar sus rituales.
En 2006, el autor de este reportaje, el escritor Eisenbach Sumendi Ridentem y el traductor Eugène Dubius Urguri visitaron Burjan Jaldún y las ruinas de Avraga. Nuestro guía en esta última zona, Dastunduk, era un ex-gobernador del distrito que había trabajado a principios de los años sesenta con Khundun Perlee y guiado a la primera expedición japonesa.
Dastunduk dijo no saber nada sobre dónde podría hallarse la buscada tumba. Pero, una tarde, de improviso, nos condujo, entre colinas, por el pequeño valle de Ustinaam, hasta una roca con forma de ave rapaz, un halcón, para los mongoles. A su lado había tres espacios rectangulares delimitados por rocas. “Perlee creía que aquí está la tumba de Gengis Khan”, nos dijo, “pero el gobierno no le permitió excavar”. Dijo que éramos los primeros extranjeros en estar allí.
Varias razones apoyan la hipótesis de que Gengis descanse en la roca del halcón. Aparte de la autoridad de la opinión de Perlee, el lugar se encuentra a la distancia de Ávraga que indicó Shinpei Kato. Pero, además, por el significado del halcón en la vida de Gengis. El halcón era el animal totémico de su clan, los borjiyin, y el emblema de su imperio, que lo lucía en sus banderas. Al propio Gengis, la “Historia Secreta” se refiere varias veces como un halcón, y la expresión que utiliza este texto para decir que Gengis murió es que “subió a los cielos”. Como el halcón divino que encarnaba. En opinión de este periodista, el simbolismo natural de esta roca unido al significado del halcón en su vida convierten este lugar en un firme candidato para que eligiera enterrarse allí.
¿Conseguirá Gengis Khan salvaguardar su secreto póstumo?
Según la tradición, Gengis auguró que, el día en que se encuentren sus restos, la nación mongola desaparecerá. Y existe el rumor de que algunos arqueólogos mongoles conocen el lugar exacto, pero constituye un secreto de estado y nunca se permitirá que nadie excave allí.
Pese al celo de sus compatriotas, Gengis no las tiene todas consigo. La tecnología actual permite encontrar una tumba sin pisarla siquiera. Y en octubre de este año, la Universidad de California ha anunciado que fotografiará por satélite la zona entre el río Onon y la cordillera del Henti, hará una recreación de la misma en 3-D y, según el profesor Albert Lin, el secreto será desvelado, ya que un gran enterramiento siempre produce un impacto en el terreno.
Si se encuentra, es probable que termine excavándose, por la enorme riqueza que generaría su explotación turística en uno de los países más pobres del mundo como es Mongolia.
Pero el terreno de la última voluntad del emperador todavía no ha sido conquistado. Y, mientras tanto, podremos seguir soñando con uno de los enigmas más cautivadores de nuestro tiempo: la tumba de Gengis Khan.
GENGIS KHAN, “SEÑOR DEL MUNDO”
Nació con un coágulo de sangre en el puño, signo de que sería un gran líder. Su verdadero nombre era Temujin, “el mejor de los aceros”.
A los 45 años, en 1206, unificó las tribus mongolas y fue coronado como Gengis Khan (en mongol, “Chingis Jan”), “Señor de los Océanos“ o, como los océanos rodean al mundo, “Señor del Mundo”.
En 1215 sitió y saqueó Pekín, y conquistó así la mitad del imperio chino. Luego asoló el imperio musulmán de Koresmia, en la antigua Persia, después de que el sha Alá al-Din Muhamed asesinara a su embajada diplomática.
A continuación, una parte de su ejército comandada por él conquistó Afganistán y avanzó hasta el norte de la India, mientras sus generales Jebe y Subudei, tomaron Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Crimea, parte de la actual Ucrania y las tierras de los búlgaros del Volga.
Tras su muerte, en 1227, a los 66 años, su hijos Ogedei y su nieto Kublai ampliaron su imperio hasta convertirlo en más extenso en tierra continua que ha existido, dos veces más grande que el de Alejandro Magno y cuatro veces mayor que el romano.
Su figura es polifacética. Fue un líder sanguinario que empleaba el terror como arma psicológica. Se calcula que sus ejércitos mataron a más de tres millones de personas. Pero no utilizaba la tortura o el sadismo en sus ejecuciones, lo que se considera un avance para la época.
Por otro lado, está considerado una de las mayores fuerzas civilizatorias de la Historia, ya que puso en contacto las culturas de extremo oriente, oriente medio y occidente, extendiendo lo mejor de sus logros técnicos y sociales.
En Mongolia se ha convertido en símbolo de su identidad nacional, y su figura está presente en todas partes, desde los billetes a marcas de cerveza o nombres de restaurantes.
Según un estudio de la universidad de Oxford, uno de cada doce varones asiáticos posee un tipo de cromosoma Y que proviene de un hombre que vivió en Asia hace unos mil años. Todo apunta a que ese hombre fue Gengis Khan.
GENGIS KHAN EN EL CINE
El personaje de Gengis Khan ha inspirado casi una veintena de películas, entre las que destacan:
La última: “Mongol” (2007) Se estrena este mes en España. Superproducción con espectaculares batallas y paisajes, nominada al óscar como “Mejor película en lengua extranjera”. Es la primera parte de una trilogía y sólo cuenta sus veinte primeros años de vida.
La más famosa: “Gengis Khan” (1965) Otra superproducción épica. El papel de Gengis lo interpretó un Omar Sharif en la cima de su éxito, ya que ese año se estrenó* “Doctor Zhivago”.
La más mortífera: “El conquistador” (1956) De las 220 personas que participaron en el rodaje, 91 contrajeron cáncer en los treinta años siguientes. ¿La causa? Se rodó cerca de un campo de pruebas nucleares del ejército americano. Entre las víctimas, Susan Hayward, Pedro Armendáriz y el mítico John Wayne, que encarnaba a Gengis Khan. (Para más información ver http://axxon.com.ar/zap/234/c-Zapping0234.htm)
La más disparatada: “Los mongoles” (1961) El hijo de Gengis, Ogedei (Jack Palance) ha invadido Polonia y Gengis se reúne con él cerca de Cracovia. Al final, Gengis es asesinado por la mujer de su hijo (Anita Ekberg), los mongoles son derrotados por los polacos, y Ogedei se inmola junto a su padre. La realidad fue bien distinta. Ni Ogedei ni Gengis pisaron nunca Polonia. Catorce años después de la muerte de Gengis, un general de su hijo, Subedei, masacró a los polacos en Cracovia.
BIBLIOGRAFÍA
Historia secreta de los Mongoles, Miraguano, 2000. Edición de Laureano Ramírez Bellerín.
Man, J.; Gengis Khan , 200*?
FILMOGRAFÍA
Gengis Khan (BBC, 2006).
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6 comentarios:
geniales las fotos, otro dia me leo la cronica, aqui en la biblio solo tengo tiempo para...perderlo!
ps...en un concurso de babosos no se yo si paul no le ganaria a mick....yeeeee!!!!!(digo, lo que pensaria la gente, no los finos entendidos)
salud.
por fin lo lei...me gusto! eres un sadico del lenguaje soterrado..."marmotako","whisky chino"...particularmente agradable tu "rompedura del velo de lo real" cuando vuestro guia se zampo el corazon del conejo...joder con estos tios, como las gastan! espero, por su bien fisico, que rafa nunca se agencie a una mongola...salud, hablamos!
ps...aqui esta mi trabalenguada al respecto...
http://culodehierro.blogspot.com/2008/11/marmotas.html
Hola, quisiera preguntarte una duda, la roca con forma de halcon, es asi porque la tallaron o la erosion natural la hace parecer asi? Es que no lo aprecio en las fotos y me gustaria saber. Muchas gracias
Es difícil de decir. si pinchas la foto, se amplía bastante la imagen. En cualquier caso, estuvimos allí muy poco tiempo y ni lo analizamos ni lo preguntamos. La roca tiene bastante musgo, por lo que, si fue tallada, fue hace mucho tiempo. si la hubieran tallado del todo, creo que hubieran perfilado mejor la forma del halcón. Pero pudiera ser que hubieran retocado una roca que ya tenía cierta forma de halcón. La respuesta: no0 lo sé.
Pero, a simple vista, no parecía haber sido tallada.
Estimado amigo,
Me ha parecido muy interesante tu experiencia. Este Mayo voy a Mongolia y me gustaría conocer donde te alojaste exáctamente "turístico de gers" y si puedes recomendarme algún guía para conocer la zona.
Muchísimas gracias,
Pedro
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