Advierto una impresión lacónica de compostura
en el resquicio de una migraña silueteada
bajo el dintel de un pórtico desguarecido.
Trazo la rectitud organoléptica
de una sombra simiesca
a punto de subvertir
la realidad aparente.
Escucho la dodecafonía semántica
de un interludio vagamente comprensible
en el que creo discernir el roce de unos labios faltos de
rostro
sinceros de salinidad.
Son las tres de la madrugada
en un espejo sin ponzoña
cuya acometida se multiplica en el desgarro
de un universo de fotones débilmente asegurado
en los peldaños de una quietud, empero, sostenible.
Cruzo el umbral donde yace mi futura angiosperma.
Tiemblo.
Rodeo las jambas por detrás.
Retorno.
Indago nuevamente en su más allá.
Atravieso
otra vez el umbral espasmódico.
otra vez el umbral espasmódico.
No veo nada
que no sea el supurar de un velo de nostalgia.
que no sea el supurar de un velo de nostalgia.
Clavado en la densidad de sedas vaporosas,
me recompongo,
y avanzo dúctil, maleable,
plagiándome a mí mismo.
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